El Rompecabezas de la muerte en Rosario (XIV)
Un rico que combatió a «La mano negra»
Pedro Lino Funes era el dueño de una considerable fortuna y, había ocupado el cargo de inspector de loterías en Rosario, a partir del 20 de febrero de 1884. Fue diputado por la Capital desde el 3 de mayo de 1888. También se desempeñó como presidente del Club Social de Rosario y desde 1893 fue vocal del consejo General de Educación y presidente interino.
El 27 de agosto de 1893 concurrió a la ceremonia en la que se designó, con su nombre a la estación de ferrocarril que pasó a denominarse Estación Funes. Ello provocó indignación en el vecindario e incluso, en diversas oportunidades, el nuevo cartel fue apedreado, ya que la población entendía que no había una motivación valedera para el cambio de denominación.
Hizo las veces de médico escolar desde el 7 de septiembre de 1904, actuando posteriormente como diputado por el Departamento General López del 28 de marzo de 1906 al 12 de mayo de 1909, tras lo cual, como enunciamos, Pedro Lino Funes fue Jefe político desde el 13 de febrero de 1909 al 17 de febrero de 1910.
Se graduó como médico en Buenos Aires con una tesis sobre “Causas y tratamientos de afecciones hepáticas”. se desempeñó como Jefe Político y en su gestión fue colocada la piedra fundamental del Palacio de Jefatura.
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En la época en que Pedro Lino Funes era el jefe policial cuándo la actividad delictiva era casi sólo patrimonio de un minoritario sector de la colectividad siciliana, inmigrantes de la primera generación, de la que dimos cuenta en la primera parte de esta obra.
Por ese entonces, debido al homicidio de Francesco Randisi, la policía, en numerosos procedimientos, capturó a 40 sicilianos como consecuencia de las “batidas” contra los mafiosos. Los arrestos estaban a cargo del comisario de órdenes Carlos Riccheri, quien rodeaba los conventillos cercanos a la zona céntrica y a la de quintas, que posteriormente dieron origen a los barrios de Rosario.
A un año de la finalización de su mandato como jefe policial, Funes falleció en Rosario el 4 de noviembre de 1910.
Una de políticos: Llevar progreso a Rosario erigiendo prostíbulos
Hijo del gobernador, coronel Rosendo María Fraga y de Inés Rodríguez del Fresno, Estanislao Fraga, otro de los jefes policiales de Rosario, nació en Santa Fe. Estuvo casado con Estolia de Iriondo Iturraspe y falleció en Buenos Aires, el 29 de agosto de 1930.
Desempeñó diversos cargos. Entre ellos el de gobernador de Formosa, senador provincial por Santa Fe y la señalada jefatura política rosarina, a partir del 14 de enero de 1911, oportunidad en la que realizó una tarea encomiable y progresista.
Durante su tarea de funcionario policial, en la ciudad explotó la violencia. En una noche, -a manera de ejemplo-, fueron asesinados tres policías.
Precisamente en dicho año se dispuso la creación de una zona de la ciudad para ser destinada a los lupanares, aunque -vale aclararlo- la decisión recién se reglamentó tres años más tarde, oportunidad en que se decidió que la zona debía estar comprendida por la calle Salta y los ferrocarriles.
A algún político con nivel ejecutivo se le ocurrió que “la generación de lenocinios podría llevar progreso a las zonas marginales, ya que entendía que la medida implicaba la necesaria aparición de comercios y la modernización del área urbanística”.[1]
Se erigió el Dispensario de Salubridad y Sifilicomio, lejos de la zona céntrica –sobre calle Suipacha 155 y 163- y al morir, las “trabajadoras sexuales” eran derivadas, al cementerio de Granadero Baigorria.
Atentados mafiosos, cosa de todos los días
El edificio de la Jefatura se inauguró el 4 de mayo de 1916, cuando la institución política era conducida por el doctor Ferrer.
Ese año comienzan a aparecer en la prensa de Rosario referencias a hechos delictivos de mafiosos y en ese campo podemos citar el atentado sufrido por el almacenero Félix Rioja, en la puerta de su negocio ubicado en 9 de Julio y Rodríguez. Rioja se había negado a pagar una contribución de cinco mil pesos y, en represalia, un mafioso –enviado por el capo de la zona- le disparó desde una bicicleta dos tiros de revólver que no dieron en el blanco. El mensaje intimidatorio había sido dado.
Esa zona de nuestra ciudad era un escenario repetido de la crónica policial. Allí caería abatido el periodista Alzogaray y sería secuestrado el auriga Zapater, tema sobre los que profundizaremos en este trabajo.
Las amenazas venían acompañadas de notas con puñales, calaveras u otro signo macabro. Eran firmadas por la Mano Negra, un “sello” creado para atemorizar a las víctimas, generalmente buscadas, al principio, entre gente de bajos recursos, aunque con el correr del tiempo se iniciaron los secuestros con connotaciones extorsivas de individuos de grandes fortunas como Abel Ayerza o Marcelo Martín, casos que se analizarán en esta investigación con minuciosidad.
Estaba claro, en principio, que los secuestradores no deseaban dañar a sus víctimas, puesto que el negocio consistía en devolver a sus secuestrados sanos y salvos, a cambio del rescate exigido. En ese sentido la muerte de Ayerza perjudicó la “imagen” de la mafia en tanto organización respetuosa de cierto trato con las víctimas.
El dinero obtenido, se repartía de manera desigual. La mayor parte correspondía al capo de la banda y el resto iba a los bolsillos de los secuestradores “de campo”, quienes albergaban a la víctima hasta su devolución.
Aunque parezca curioso, entre los mafiosos se organizaban “listas de aportantes” para ayudar a delincuentes que cayeran detenidos. Un accionar común entre los anarquistas o sindicalistas. De esta manera se apelaba a la solidaridad entre los paisanos, mientras que en las organizaciones revolucionarias el aporte tenía que ver con un acto solidario basado en la clase social o en la simpatía ideológica.
La mafia, junto con su nacimiento en tierras de Argentina, trajo consigo conflictos internos que se solucionaban antes que se transformaran en episodios violentos.
Los primeros mafiosos comenzaron lenta y minuciosamente a formar las primeras bandas y quienes deseaban formar parte de ellas como “iniciados”, debían ser presentados por un componente al que el resto de la gavilla tenía fichado como un “amigo nuestro”. Si no se producía una presentación formal, no había posibilidad de ingresar, ya que el nuevo componente sólo sería aceptado luego de una minuciosa investigación personal y familiar para evitar la probabilidad de que se le estuviera abriendo la puerta a un “infiltrado”.
El nuevo componente de la “famiglia” debía estar disponible las 24 horas del día de los siete días de la semana. Para esto no había excusas ya que la organización estaba antes que todo. Y no sólo eso era esencial, también se debía llegar a horario a las reuniones. Hacerse presente tarde era una falta de respeto al jefe y al “padrino”, a la vez que el responsable se convertía en una persona no confiable.
A los componentes de la “famiglia” ni se les ocurría hablar mal de sus superiores y menos hacerse los “novios” de las hijas de un compañero. Obviamente, si a un mafioso lo atrapaban simpatizando con la mujer de otro mafioso, el castigo era severo y, a veces, mortal, ya que las mujeres eran consideradas como “una propiedad personal” y debían ser tratadas con respeto y su ridiculización tenía un costo para el responsable.
Los parámetros elementales expuestos formaban parte de las “bases” de las bandas mafiosas en Argentina. A ellas se agregaron otras para los mafiosos que desde Italia se dirigieron a Estados Unidos en forma directa y en donde elementos fundamentales sirvieron para marcar las diferencias: la droga, la venta de alcohol en gran escala y estafas monumentales relacionadas con el no pago de impuestos al combustible, que obligaron a los jefes a tomar “medidas internas complementarias”.
[1] Según se menciona en el artículo denominado “La venganza de la calle Suipacha” publicado por el semanario Notiexpress. 20/07/2006, donde se indica que la fuente es la documentación relevada por la historiadora María Luisa Mujica.