El rompecabezas de la muerte en Rosario (Parte XI)
JUAN GALIFFI MÁS CONOCIDO COMO CHICHO GRANDE O AL CAPONE DE ROSARIO
Martín Fragueiro, nacido en Buenos Aires, asume como Jefe Político al día siguiente de ser designado, esto es el 1º de enero de 1861.
Para ir entrando en detalles, lo primero que hay que apuntar es que entre 1860 y 1868, la titularidad de la Municipalidad de Rosario estuvo a cargo del Jefe Político, cargo que venimos desgranando en el transcurso de esta historia.
Fue designado por el Poder Ejecutivo de Santa Fe, al igual que el intendente, a partir de 1890.
Fragueiro asume el poder político de nuestra ciudad y en abril de 1862, en función de lo expresado, hace lo propio como titular de la Municipalidad, estando los jueces bajo su jurisdicción en 1866 –siete en total- a lo que debemos agregar dos decenas de comisarios de distrito.
En uno de los tantos procedimientos que conduce, Fragueiro arresta a dos individuos, de apellido Rojo y Zavala, provenientes de la provincia de San Juan y les secuestra correspondencia robada.
Precisamente, en 1860, -al inicio del mencionado tipo de jefatura política- en Europa, como consecuencia de la unificación de Italia y Sicilia bajo el poder de un rey italiano, se produciría en el ámbito de las organizaciones mafiosas un cambio estructural que en nuestro territorio rebotaría con consecuencias inesperadas.
Había alcahuetes por todos lados y cualquier motivo ameritaba la persecución. Sólo la familia era confiable.
La Sociedad Secreta Patriótica -léase mafia- no tenía ya necesidad de combatir a un tirano extranjero, pero, los sicilianos, que habían adquirido durante ese tiempo una extraordinaria capacidad para asesinar, robar y espiar, no quisieron renunciar al beneficio que esas actividades ilegales les proporcionaban y entonces decidieron no seguir actuando con fines políticos, -como en su origen-, sino como una “empresa” meramente lucrativa.
La organización mafiosa llegó a ser poderosa, a tal punto que ordenaba a sus “legisladores” la confección de decretos, tanto en las pequeñas como en las grandes ciudades.
La “Sociedad” administraba justicia en su estructura interna y había dado nacimiento a los “capos” o autoridades supremas, cuyas facultades alcanzaban desde el delito más simple hasta el secuestro, tortura y muerte de las víctimas. Obviamente, una vez concluido el proceso, tenía a su cargo el manejo “administrativo” de los botines logrados. No le hacía asco a ningún negocio e imponía su voluntad mediante la amenaza.
Los “capos” eran de una personalidad violenta, intratable y actuaban con ferocidad cuando era necesario. En casos específicos se manejaban con frialdad y serenidad, fundamentalmente cuando debían decidir la muerte de un comerciante que se resistía a sus exigencias o ante un subalterno que lo traicionaba o se negaba a actuar como sicario.
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Los comerciantes abatidos por una realidad casi inmodificable, bajaban los brazos y pagaban un tributo para que le garantizaran que seguirían vivos. La mafia era una gran compañía de seguros.
Si avanzamos sobre el significado de mafia, podemos comenzar por mencionar al padre Gabriel María de Alep, quien sostenía que mafia significa “protección contra los vejámenes de los poderosos, excepción a toda ley social, refugio contra todo daño, fuerza, fortaleza corporal, serenidad de espíritu, agradecimiento y gratitud hacia cualquiera que otorgue un beneficio”.
Otros opinan que mafia sería un término derivado de “maha” –cantera de piedra-, porque en las canteras de Val de Mazara, los patriotas de Siciclia tenían la costumbre de reunirse para aguardar su liberación.
Giusseppe Pitré afirmó haber inventado la palabra maffia, que no tenía el mismo significado que mafia (miseria). Para Pitré el vocablo expresaba la idea de calidad, valentía, superioridad, excelencia, amabilidad y perfección y al referirse al hombre, no significaba fanfarronada, ni arrogancia, ni jactancia, sino seguridad de espíritu y osadía.
Sin embargo, gracias a la obra dramática de Giuseppe Rizzotto y Gaetano Mosca, “I mafiusi di la Vicaria”, (1862) se tomó un sentido y significado erróneo de la palabra mafia.
Debido a esto, Pitré decidió darle la razón al pueblo, diciendo que el significado de la palabra no podía ser otro que “el exagerado concepto de la fuerza individual, único o sólo juez de todo litigio de todo choque de interés o ideas, donde la intolerancia de la superioridad es peor que la prepotencia del otro”.
Para algunos historiadores, la palabra mafia sería el acrónimo de la frase “Morte alla Francia, Italia Anella -¡ Muerte a Francia, Italia Anhela!, acuñada como lema de un ejército clandestino de campesinos que resistió a la invasión de Sicilia por parte de Carlos de Anjou, iniciada en las vísperas del lunes de Pascua de 1282, oportunidad en la que los sublevados sorprendieron a la guarnición francesa y realizaron una matanza.
Para evitar represalias, los sublevados solicitaron el apoyo de Pere III El Cerimoniós de Catalunya-Aragó, de cuyo reino pasó a depender Sicilia.
Otros creen que el término mafia proviene del sustantivo árabe muáfah, que significa protección de los débiles.
Otros estiman que mafia proviene de “mahias”, que significa jactancia, mientras que el penalista Loiseleur entendió que deriva de la palabra “maufe”, que los templarios usaban para designar los poderes ocultos de un diablo.
En diversas regiones de Italia brotaron de la nada agrupaciones de delincuentes y en cada una de ellas tenía un nombre distinto. En Milán las denominaban “Teppa”, en Roma “Garinaggio” y en Turín “Barabba”, mientras que los napolitanos las conocían como “La camorra”, fundada en 1560 y especializada en el chantaje y el robo en todas sus formas.
El periodista Gustavo Germán González, del diario Crítica, aseveró en una entrevista otorgada que “La Camorra” tuvo en realidad su origen en España para defenderse de la Inquisición, pero sus componentes, con el tiempo, se retiraron hacia Italia, donde se difundieron sus influencias, logrando que cada vez que cada uno de sus componentes caía preso, se movían poderosas influencias que ayudaban a lograr la libertad del detenido. Los testigos desaparecían como por encanto y las acusaciones eran casi imposibles de lograr.
En Sicilia el ciudadano más destacado entre sus pares era Calógeno Vizzini –Don Caló- quien había sido designado jefe supremo. Él se consideraba un individuo orgulloso del bienestar de la población que tenía bajo su control, lo que no implicaba que sintiera lástima cada vez que emprendía acciones violentas contra la misma o se enriquecía a su costa.
“Don Caló” en la preguerra del 45, en su transcurso y a su finalización colaboró con los aliados, quienes desembarcaron en la isla el 10 de julio de 1943 y en contraprestación a sus servicios de espionaje contra el enemigo alemán y a favor de los aliados, se le permitió manipular el mercado negro del aceite.
El juramento y la palabra sagrada
El acto de juramento de un nuevo componente de un grupo mafioso era dominado por la solemnidad, la semipenumbra y el silencio, con la presencia del “capo” del grupo, quien –para su propia seguridad- ordenaba que fueran todos desarmados.
Luego tomaba un puñal con el que había sido ultimado un ex componente infiel, seguramente por órdenes suyas, y le provocaba una herida en el pulgar al novel mafioso.
La sangre de éste último serviría para cubrir la imagen de un crucifijo, acción esta que era acompañada por la fórmula que el nuevo pistolero recitaba, la que lo obligaba a guardar silencio y obedecer las órdenes dadas. Concluido el compromiso, al juramentado el “capo” le presentaba oficialmente el resto de la gavilla con las palabras “plus minusve”, esto es “reconocedle y no le faltéis, que él no os faltara”.
La estructura de la mafia estaba basada en el código de silencio -omertá-, esto es una norma de conducta establecida entre los mafiosos que se transformó en un código de honor que desde la Edad Media contiene las siguientes reglas:
· Nunca se debe reconocer la existencia de la hermandad ni ante la tortura o la muerte, discutir una fase de sus actividades o revelar la identidad de un hermano.
· Un “mafiosi” debe acudir en ayuda de otro con todos los medios a su alcance, incluso arriesgando su vida y fortuna.
· Al que te haga perder el modo de vivir, quítale la vida.
· Sombrero y malos pasos hablan bien de sí mismos, ponte lejos de ellos.
· El fusil y la hembra no se prestan.
· Si me muero me enterrarán, si vivo te liquidaré.
· La fuerza es para el pobre, la justicia para los tontos.
· De aquello que no te pertenece no digas ni bien ni mal.
· Cuando existe un muerto es necesario pensar… y ayudar al vivo.
· Es bueno ser testigo, cuando no se daña al compañero.
· Vale más amigo influyente que onzas o liras en el bolsillo.
· Al que muere lo entierran. El que vive toma mujer.
· La cárcel, la enfermedad, los reveses ponen a prueba el corazón de los compañeros.
Obviamente, las reglas antedichas muestran con claridad que la mafia no sólo buscaba dinero, también quería poder, representado en el miembro más importante del pináculo de la estructura: el capo-mafia, que daba órdenes y era obedecido sin discusión. A su vez el capo recibía órdenes de autoridades superiores y así sucesivamente. Con la aplicación de ese sistema piramidal sólo se detenía, en algunos casos, a los autores de un crimen, pero era difícil que ocurriera lo propio con los ideólogos.
Es necesario aquí apuntar que al principio la mafia actuaba desperdigadamente como sociedades secretas para defenderse de los inquisidores españoles, pero tras un breve período desaparecieron de España, aunque en Italia lograron rápida difusión como organizaciones generadas con propósitos ajenos a actividades delictivas.
La mafia, un movimiento político de resistencia
En realidad la mafia comenzó siendo un movimiento político de resistencia subversiva, que empezó a tomar forma hacia mediados del siglo XVIII, cuando la isla de Sicilia estaba aún bajo el reinado de los Borbones, quienes imponían su autoridad torturando, encarcelando o ejecutando con una brutalidad inusitada.
Como consecuencia de ello, había espías por todas partes y cualquier motivo era causal de persecución, razón por la cual los sicilianos desconfiaban unos de otros. Las mafias, más puntualmente sus peores elementos, -según las fuentes de quien esto escribe- arribaron a nuestro país como resultante de una persecución organizada por Mussolini en Italia.
Al desembarcar en Argentina, ya en nuestro territorio el robo era ya un delito que ningún mafioso se atrevía a cometer y, sin embargo, al establecerse en el interior del país, a principios del siglo XX, los delincuentes comenzaron, lentamente, a realizar extorsiones con asombrosa impunidad y ello sirvió para que crecieran delictivamente.
En Argentina y, obviamente en Rosario, la cúspide del mando a lograr era formar parte del Consejo Supremo, donde se formalizaban las acciones sin firmar papel alguno, acción que se reemplazaba con “la palabra”, que era considerada sagrada. El que no cumpliera con la misma dejaría de existir, acompañado sólo por un pañuelo de seda que llevaba la inicial del capo” de su grupo. Así se cumplía con la “vendetta”, esto es el cumplimiento de la venganza a cualquier precio, un mecanismo de extrema violencia con el que se advertía sobre la aplicación del refrán que señala: “El hombre que habla demasiado no gana nada, con su boca abre la sepultura”.
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Un rumor creciente, por ese entonces, apuntaba a muchos ex comisarios rurales y a ex jefes políticos de Santa Fe y de Córdoba, quienes fueron hasta su muerte, hombres de mucha fortuna, sobre la que nadie conocía su origen. Así se comenzó a ligar a las mafias con la impunidad y la corrupción policial en Santa Fe.
Pero de la mafia no está todo dicho. Lo apuntado es sólo una mínima introducción de lo que más explicitaremos con lujo de detalle cuando abordemos la gestión de los organismos de seguridad santafesinos que tuvieron que combatirla e incluso el lector accederá a información hasta el momento no conocida.
La promesa está hecha, ahora continuemos con el desarrollo de los acontecimientos que llevaron a nuestra provincia a un mar de sangre y muerte.