El joven que conducía en la tragedia de Emi y Faku rompió el silencio
«Estuve encerrado en mi casa por el tratamiento que tenía. No sabía qué pasaba afuera. En septiembre empecé a entrar en razón cuando me bajaron las dosis de las pastillas y me entero que afuera se decía que me trataban de asesino. En ese proceso,le preguntaba a mi mamá dónde estaban mis amigos que no venían a casa. Ella me decía que no pasaba nada, pero no me contaba la realidad. Le decía que fuéramos a visitar a Valeria (madre de una de las víctimas) y ella me contestaba que no, que no se podía. Hasta el día de hoy fue así. Nunca tuve la posibilidad de pedir disculpas o hablar con la familia después de eso». Así rompió el silencio Federico Gómez, el adolescente que conducía un Fiat Uno blanco el 22 de febrero de 2014 y que, al chocar contra un camión, desató una tragedia en la que murieron dos amigos.
Con la imprevista declaración del imputado (sin aceptar preguntas de las partes) y los alegatos de clausura, ayer se cerró el debate del primer juicio oral y público en los Tribunales de Rosario bajo la acusación de un doble homicidio culposo.
Gómez, de 19 años, regresaba con cuatro amigos de una fiesta en Funes, cuando se produjo el fatal impacto en Pellegrini y Perú.
Una prueba de alcoluria detectó restos de alcohol en su organismo y una pericia oficial y otra de parte demostraron que ingresó a la ciudad entre 93 y 99 kilómetros por hora. Aunque, la defensa negó esa hipótesis y blandió que el accidente se produjo por la injerencia de «obstáculos», entre los que contó un badén (actuó como rampa de lanzamiento), el camión que debió esquivar y el que estaba estacionado y terminó chocando.
En el acto fallecieron Emiliano Cáceres y Facundo Aguirre, de 18 años, que viajaban en la parte trasera del vehículo. Eran todos amigos del colegio. Como la mayoría del grupo que participó de la fiesta, desde muy temprana edad compartieron recreos en el colegio Jesús de Nazaret (Centenario y San Martín).
El caso estuvo enmarcado por la lucha de los familiares de las víctimas, que denunciaron graves irregularidades en la recolección de pruebas, como la alcoholemia (que no se pudo realizar por la escasa muestra de sangre extraída al conductor) y por demora en la devolución de pertenencias, que quedaron en poder de la madre de Gómez.
En una sala repleta, con la presencia de las madres de Facu y Emi en primera fila y un puñado de amigos, el juez José Luis Suárez presidió la última jornada del juicio. Como lo hicieron en la apertura, los fiscales Mariana Prunotto y Walter Jurado solicitaron una pena efectiva de 4 años de prisión y 10 años de inhabilitación para conducir, mientras que la querella fue por un «homicidio culposo agravado», 5 años de prisión efectiva y el mismo plazo de restricción para manejar.
Tras solicitar su absolución y después de más de 3 horas de exposiciones, el abogado defensor Jorge Bedouret le solicitó autorización al juez para que Federico, por primera vez desde que empezó el juicio, haga su descargo.
Sin contestar preguntas, el chico habló de corrido durante 43 minutos. Hizo un relato cronológico, fluido y minucioso desde los días previos a la fiesta y lo que vivió esa noche en Funes, hasta salir del encierro en su casa por un tratamiento psicológico en septiembre del año pasado.
Fue claro y nunca dudó de lo que decía. Con los detalles que brindó de cada momento de la noche, buscó contrastar la versión de su supuesto estado de embriaguez. Nunca se quebró y apenas tímidamente al final de su relato, tras contar la mecánica del accidente y las horas posteriores, esbozó disculpas que parecían sujetadas.
El chico se remontó a la noche posterior a declarar en Tribunales frente a la fiscal con mucha angustia. «Lloraba, lloraba. Los veía a los chicos, como que los abrazaba. Me rasguñé el brazo», dijo.
«Mi mamá llamó a psicólogos, psiquiatras y comencé un tratamiento. A los tres días aparecieron amigos. Yo estaba medicado, no me acuerdo qué pasaba, miraba el piso, las paredes», describió Gómez.
«Después de eso ya no los veo más a los chicos. El único que venía era Daniel (otro amigo)», añadió.
Sobre el final de su relato el joven trató de justificar un reproche que siempre atravesó el caso y que hasta pudo modificar la percepción de los hechos: su indiferencia y la de madre con los familiares de las víctimas.
«Estuve encerrado en mi casa por el tratamiento que tenía. Y no sabía bien lo qué pasaba afuera. En septiembre empecé a entrar en razón, me bajaron las dosis de las pastillas que me daban. Me enteré que afuera se decía que me trataban de asesino», dijo con tono pausado.
«En ese proceso yo le preguntaba a mi mamá dónde está Valeria (la mamá de Facundo), donde están mis amigos que no venían a mi casa. Ella me decía que no pasaba nada, pero no me contaba lo que ocurría en la realidad. En ese momento yo le decía que fuéramos a visitar a Valeria, y ella me contestaba que no, que no se podía», apuntó el chico.
La última frase que hilvanó Federico era la queesperaban en un sector del auditorio. «Hasta el día de hoy fue así. Nunca tuve la posibilidad de poder pedir disculpas o hablar con la familia después de eso. Primero por el tiempo que estuve medicado y después ya no tuve la posibilidad». Un silencio de pocos segundos dio pie a que el juez Suárez anunciara que el miércoles, en horario a confirmar, dará a conocer la sentencia del caso.
El choque en la versión de Federico Gómez
Federico Gómez contó ayer su versión del accidente durante el cierre del juicio: «Veníamos todos cantando en el auto, con las ventanillas cerradas por el zumbido. Creo que se abrieron una cerveza en la parte de atrás. Lucas me dijo que siguiera derecho por Pellegrini. Sabía el camino por Circunvalación, pero acepté ir por Pellegrini».
«Llegamos como a un puente (viaducto Che Guevara). Una vez que bajamos estaba el semáforo en verde, y me doy cuenta de que había como un pozo (aludido como «rampa» de despegue). El auto se me va, se me empieza a mover cuando salta. Delante mío hay un camión blanco (que circulaba por el carril derecho), grande, como si fuera un flete. Lo veo de frente, no llego a frenar, es como que no hago tiempo, entonces doblo hacia la derecha y el auto se empieza a ir a la derecha. Veo el otro camión, giro, siento como que el auto golpea y lo que hago es poner los frenos, pongo el freno de mano. Quiero aclarar que el auto no hace un trompo. Cuando golpea, empieza a doblarse y a irse de costado y termina a la derecha», dijo.
(La Capital)