Néstor Kirchner, el líder de masas
Los liderazgos en la existencia humana son naturales. De ellos está colmada la cotidianeidad de todas las sociedades. Simplemente surgen, siendo personalidades fuertes con una clara vocación de conducción que se destacan en diversos ámbitos de la vida; y a diferentes niveles de poder.
Los líderes de masas, en particular, suelen disfrutar de un lugar exclusivo en lo más recóndito del corazón de las multitudes. Pues es que con su obra marcan a fuego el destino de las naciones, pugnando por su grandeza; labor de profunda entrega que no todos los líderes están dispuestos a emprender.
A los fines de ser claros en la cuestión, es menester aclarar que no siempre estos líderes alcanzan el poder, entendido éste como la posibilidad de llegar a las máximas esferas de decisión política. En algunas ocasiones, ven coartado su deseo de gobernar, pero igualmente inciden en los procesos históricos- sociales de la comunidad a la que pertenecen.
Los herrumbrados anaqueles de la historia latinoamericana, guardan sobrados y perennes ejemplos de liderazgos masivos que contribuyeron a la formación de ese pasado común. Esto no es producto de la pura casualidad sino, sin ánimo de perdernos en el determinismo facilista, se manifiesta factible establecer una vinculación entre las condiciones geográficas y culturales de dicha porción del continente y el papel desempeñado por estos hombres de la conducción, especialmente en lo que concierne al aspecto político. Desde luego, estos elementos no dan abasto en la tarea de explicar las acciones de estos personajes, pero pueden constituirse en vehículos teóricos en aras de comprender el fenómeno apuntado.
Primigeniamente, la fisonomía del espacio geográfico latinoamericano, en donde lo predominante son las grandes extensiones terrestres, dotada de una población nativa o criolla de raíz humilde, habría ayudado a la formación de una base social cautiva de donde saldrían los seguidores de estos personajes con capacidad de mando. Posteriormente, en la etapa contemporánea, y con la modernización como principal factor reconfigurador del espacio, cuyas expresiones sociales más importantes fueron los procesos de migración interna y la metamorfosis del peón agrario en obrero industrial; improvisados sitios de morada popular crecerán en los márgenes de las grandes ciudades, justamente el grueso del apoyo humano que recibirá el líder. En ambas etapas, las tradiciones, los valores adquiridos, lo consuetudinario, en definitiva lo cultural, será relevante para la conformación del sentido de identidad presente en la masa y en su concepción de la realidad.
Esta relación, no se sostendrá solamente en la manipulación del líder -si bien este es un elemento que no puede ser pasado por alto-, sino estará supeditada a la conveniencia y aprobación de la masa en función de la satisfacción de intereses concretos. Se dará una relación diádica de mutua dependencia, en la que las dos partes no podrán lograr sus objetivos sin el favor de la otra; o sea tendrá lugar una situación de empate en suma cero, en donde el fiel de la balanza podrá inclinarse hacia uno de los dos sujetos –el líder o la masa como sujeto colectivo-, pero nunca uno podrá imponerse totalmente sobre el otro.
El caudillismo decimonónico nos proporciona una nítida imagen de esta relación. Jefes paternalistas con un conjunto de seguidores de origen “plebeyo” que ofician de tropa militar. Insertos en el siglo XX, no se podría entender la Revolución Mexicana sin estudiar la obra de aquellos generales, en muchos casos autoproclamados, que supieron ponerse al frente de los reclamos campesinos. El caso del “héroe de las Sabinas” nicaragüense, Don Augusto César Sandino, y sus tenaces seguidores es otra muestra de este esbozo conceptual.
De la misma manera, las figuras de políticos de destacada labor como José Batlle y Ordóñez, Hipólito Yrigoyen, Lázaro Cárdenas, Getulio Vargas, Jorge Eliécer Gaitán, Jacobo Arbenz, o el mismo Juan Domingo Perón; no presentarían, análisis mediante, demasiada resistencia a ser incorporadas en esta clasificación.
En nuestros días, Evo Morales, Hugo Chávez, Rafael Correa o Luiz Inácio”Lula” da Silva, también merecerían el calificativo de líderes de masas, cada uno con las variaciones propias del medio en donde desarrollan su quehacer.
Néstor Kirchner, el ex mandatario desaparecido físicamente días atrás, evidentemente fue un líder de masas. Allende los cuestionamientos a su persona o a sus iniciativas de gobierno, sean fundados o no, originó una construcción política de consideración, canalizadora de las necesidades populares como hace mucho, pero mucho tiempo, no se veía en esta nación olvidada de Dios. Sin pecar de exagerados –diríamos-, desde la época del creador del movimiento que llevando su nombre naciera a mediados de los años cuarenta para quedar en la memoria de los argentinos.
Decidido, sin más miedo que el otorgado por la propia adrenalina del desafío, se lanzó sin rodeos a la recuperación de un país corroído por la enfermedad neoliberal. Su paso por el poder, sin duda alguna, quedará grabado en la retina de aquellos individuos del llano que no esperaban otra cosa más que una nueva estocada de la pobreza.
El sustento de su faena, estuvo dado –al igual que en los demás casos nombrados- por factores geográficos y culturales. El núcleo de su apoyo territorial, se ubicó en sitios marginales ocupados por franjas sociales de escasa o nula capacidad adquisitiva. A esas personas, no consideradas persona, los unía el sentido de pertenencia a la clase trabajadora, que había dejado de ser trabajadora por culpa de la desocupación de la década de los noventa. Los unía ese pequeño lugar en el mundo, el barrio. El conurbano bonaerense es un ejemplo de ello.
Pero también, fiel a la historia de los liderazgos de masas, su experiencia fue interrumpida en su recorrido por la crueldad biológica del tiempo; dejando un vacío profundo y una galopante sensación de incertidumbre, difícil de erradicar. Nos referimos a Néstor Kirchner, el líder de masas.