Recibió cuatro balazos por defender a su cuñado
Trágico testimonio de lo que ocurre en villa Banana. Javier Barquilla tenía 37 años y 3 hijos. Una testigo fue acosada en su casa y su pequeña hija amenazada de muerte con un arma.
Javier Humberto Barquilla tenía 37 años y tres hijos. Se crió y vivió en la villa Banana, el mismo lugar donde el lunes a las 20 le dispararon cuatro balazos fatales en el pecho. Fue cuando intercedió para que a Cristian, su cuñado, dejaran de golpearlo cinco muchachos a los que les recriminó haber sido los autores del robo que había sufrido días atrás en su casa. Todo el hecho fue observado por Soledad Guzmán, una militante social de la villa que se encuentra entre las generadoras del centro comunitario Comunidad Rebelde, un espacio cultural que funciona sobre los cimientos de lo que fuera un búnker de venta de drogas derrumbado por los vecinos en diciembre de 2012 y que es apadrinado por los arqueros rosarinos Manuel «Melli» García y Nahuel «Patón» Guzmán. Horrorizada por todo lo que vio, la joven mujer corrió por su vida y la de sus hijos y estuvo muy cerca de ser otra víctima fatal del episodio, según ella misma lo relató.
Lo que contó Soledad acerca de los momentos posteriores al crimen, da escalofríos. «Cuando escuché la voz de Pandu (como llaman a un vendedor de drogas de la villa) fue como si hubiera visto al diablo. Javier (Barquilla) quedó detrás mío. Oí que Pandu gritaba y me vine corriendo para mi casa. Ahí escuché cuatro disparos, y cuando miré por la ventana lo vi a Javier tirado en el piso. Reaccioné agarrando a mis hijos, de 4 y 7 años, y traté de esconderlos porque se me venían a mi casa. Yo estaba sola con los chicos porque mi marido había salido a hacer una compra», indicó la militante sumida en un profundo temor que la llevó a afirmar: «Sé que al hablar me gano la tumba, porque las personas que reclaman aparecen muertas».
Una niña amenazada. «Pandu es un pibe grandote y es el traficante del barrio. Me pateó la puerta y se metió en mi casa con otro al que llaman Wititi», rememoró Soledad. «La nena (su hija de 7 años) se asustó y quiso salir a buscar ayuda. Pero cuando salía, Pandu la paró en la puerta y le apoyó el arma en el pecho. Y yo atrás pidiéndole por favor que no la mate, que no le tire, que en mi casa no había nadie. Que si quería entrar que lo hiciera. Y Pandu me dijo: «Te la voy a violar y te la voy a matar». Y mi hija, del susto, se desmayó. Ella ahora está en la casa de un familiar y cada vez que le decimos de venir a casa, se pone a llorar», recordó la joven militante.
«Yo se que me van a matar porque todos los que le reclaman (a Pandu) aparecen muertos», dijo Soledad tragándose las lágrimas.
Esta historia transcurrió en villa Banana, a 400 metros del Distrito Municipal Oeste Felipe Moré y a escasos 10 minutos en auto del centro de Rosario. El asesinato de Javier Humberto Barquilla fue el tercero que se registró en ese asentamiento precario en los últimos 36 días. Como en los anteriores (el del paraguayo Daniel Santacruz Cabrera, ocurrido el 31 de diciembre; y el de Germán Carabajal, perpetrado el 16 de enero) tanto los testigos como los vecinos del barrio hablaron de la impunidad con la que se mueven los soldaditos de los vendedores de drogas que hay en el barrio. Y también de las trágicas consecuencias de enfrentarlos. También hablaron de pibes descontrolados que cuando no venden drogas roban a los vecinos valiéndose de las armas que llevan para sembrar terror.
Según cuentan, a la altura de Rueda y Felipe Moré el conocido como Pandu es de los que pisan fuerte. Tiene 30 años mientras que su cómplice y ladero, Wititi, recién cumplió 20. «Pandu hace cuatro o cinco años que está en el barrio. Vende drogas pero no sabemos para quien. Mientras estuvo la Gendarmería, anduvo tranquilo y se guardó. Pero ahora está descontrolado», explicó una doña del barrio que por temor prefirió resguardar su identidad.
Robo, pelea y muerte. Soledad vive junto a su marido y sus dos hijos en una humilde casa ubicada sobre las vías paralelas a Felipe Moré, entre Rueda y Virasoro. Es militante de la organización Cuba MTR y para llegar hasta ella hay que caminar por Rueda hasta que se hace un callejón sin salida, luego tomar por uno de los pasillos que serpentean el interior de la villa tratando de no pisar las zanjas pestilentes que los bordean. Y una vez sobre la vía caminar unos 50 metros.
La casita de Soledad da a las vías y en la parte trasera de esa vivienda residen Cristian y Noelia desde hace 9 años. Su casa da a uno de los pasillos. El jueves pasado la casa de Cristian fue asaltada y el lunes el hombre ya sabía quiénes habían sido. «Cristian se ve que no aguantó mas. Los escuchó a estos pibes que se reían de cómo le habían robado y salió al pasillo a reclamarles. Los conocía porque son los que siempre roban acá», relató Soledad.
Así fue que a Cristian lo agarraron entre cinco (Wititi, Ñoño, Seba y otros dos) y lo molieron a palos. Javier Barquilla vio como golpeaban a su cuñado y salió para rescatarlo de las manos de la turba. «Javier salió de su casa porque vio que le estaban pegando a su cuñado. Fue a separar y terminar con eso. Agarró a Cristian y lo llevó a su casa. Entonces Cristian agarró su moto y se fue. Cuando fui a cerrar la puerta porque había quedado todo abierto me doy cuenta de que lo tengo a Javier atrás mío. Entonces escuché la voz de Pandu», rememoró la mujer.
Acto seguido Javier Barquilla recibió cuatro disparos en el pecho. Mientras Pandu y Wititi acosaban a Soledad y a sus hijos adentro de su casa, los vecinos sacaron a la víctima agonizante hasta Rueda y Felipe Moré desde donde un patrullero lo trasladó al Hospital de Emergencias. Nada puedieron hacer por el y murió al alba.
Detenido. «Estaban como enceguecidos. Wititi le decía a Pandu: «Matala a esta hija de puta que vive batiendo la cana, matala». Wititi tenía una sonrisa como si estuviera participando de un juego. Cuando se iban, Pandu se topó con mi esposo, le puso la pistola en la cabeza, gatilló y la bala no salió», recordó Soledad.
Mientras Barquilla agonizaba en el Heca, a la guardia del hospital Carrasco ingresó con una herida de arma blanca superficial en la espalda el apodado Wititi, identificado como Gustavo V., de 20 años. El muchacho fue detenido y acusado de haber participado del crimen.
«Soledad, ahí andan diciendo que te van a venir a quemar la casa porque andas batiendo la cana», le dijo una vecina a la militante social. «Yo no me puedo ir de acá, esta es mi casa, hace muchos años que vivo acá», dijo resignada Soledad. «En la Fiscalía nos dijeron que van a mandar un patrullero para que Noelia (la pareja de Cristian) pueda sacar sus cosas así no le queman la casa», explicó. El caso quedó en manos del fiscal de la Unidad de Homicidios Ademar Bianchini.
Un potrero y un clásico por la no violencia
El asesinato de Javier Humberto Barquilla ocurrió a escasos metros del potrero donde el jueves 10 de octubre de 2013 un grupo de jugadores de Rosario Central y de Newell’s Old Boys animaron un clásico amistoso por la no violencia.
Además de “El patón” Guzmán y “El melli” García, ambos arqueros y padrinos del centro comunitario Comunidad Rebelde, aquel día estuvieron Diego Mateo, Cristian Díaz y Kurt Lutman (por los rojinegros), Sebastián Abreu, Matías Ballini, Lisandro Magallán, Manuel García y Federico Arias (por los auriazules). El resultado, anecdótico, fue 2 a 2. Esa imagen no violenta en lo futbolístico contrasta con los tres asesinatos que en los últimos 36 días tiñeron de sangre a Villa Banana, uno de los barrios más postergados de Rosario.
(La Capital)