Reflexiones sobre el Puerto de la Música
El Puerto de la Música, la colosal obra arquitectónica que de un tiempo a esta parte se ha propuesto llevar del deseo a la realidad la administración municipal en funciones, parece que tambalea.
Según el diccionario, el término tambalear alude al movimiento de una cosa o persona por falta de estabilidad o equilibrio. Y no tambalea precisamente por el glorioso trance nirvánico que produce escuchar una sinfonía de Beethoven, conmovedora de las estructuras más inconmovibles, sino por el errático caminar de la política socialista, propio de un beodo perdido en su diario devenir etílico, que lleva a la intendencia a anunciar con marciales clarines la concreción de este emprendimiento un día, y al otro día postergar su realización.
Antes de ayer, se hizo público el traslado de la fecha estipulada para la apertura de los sobres con las correspondientes ofertas económicas para la construcción de la estructura de hormigón armado de la obra en cuestión. El primigenio 3 de septiembre, fue cambiado por el día 24 del mismo mes. Según el gobierno provincial -autor de la modificación de la fecha-, esto se debe al pedido expreso de diversas empresas constructoras interesadas en participar del proceso licitatorio. Parece que el destino, el gobernante máximo de la existencia de los hombres, interpusiera su secular espada y vetara el tan ansiado -por algunos- Puerto de la Música.
Que se hace…que no se hace, dimes…diretes, avances…retrocesos… En fin, una situación cuasi cómica que cada vez se asemeja más a un culebrón mexicano. Ahora, cabe preguntarse, ¿es necesario en realidad embarcar a la ciudad en una empresa de tales dimensiones para el disfrute de unos pocos?. Recordemos que para la planificación de este sitio cultural, se recurrió a la colaboración del renombrado arquitecto brasilero Oscar Niemeyer, autor de la obra más representativa del pensamiento desarrollista en América Latina, la ciudad de Brasilia, durante el gobierno constitucional de Juscelino Kubitschek; actual capital política y administrativa de Brasil. El precio de semejante “colaboración”, suponemos, no habrá sido menor, conllevando un costo importante para el erario Municipal.
Por otra parte, y saliendo del plano onírico de tintes europeos que nos propone el socialismo, nuestra ciudad padece no pocos problemas. En este sentido, es conocida la mala frecuencia de los colectivos, la cuestión de la inseguridad que va unida a lo anterior (porque no hay que ser intelectualmente brillante para darse cuenta de que si una persona aguarda el colectivo en una garita -en las esquinas que hay, porque en muchos lugares brillan por su ausencia-, corre peligro de ser robada o ultrajada, acciones poco felices, directamente proporcionales al tiempo de espera), los basurales a cielo abierto, y el lastimoso estado de las calles -incluso las de la zona céntrica, que cuando llueve se transforman en una pista de competencia Enduro-, solamente por enumerar alguna de las afecciones que aquejan la salud de nuestra querida ciudad.
A esto, se suma una mirada totalmente excluyente de los sectores menesterosos, ubicados en su mayoría en los barrios periféricos, que directamente parecerían no existir para la cosmovisión socialista. Socialista solo de nombre, porque sus ideas podrían tranquilamente ser las de Milton Friedman o Frederick Hayek, los padres del liberalismo conservador posmoderno, más conocido como neoliberalismo. La intendencia, comandada por el ingeniero Miguel Lifschitz, gobierna solo para los habitantes que fijan su residencia entre el Río Paraná al norte y al este; Boulevard Oroño al oeste; y la Avenida Pellegrini al sur como límites cardinales.
Esta perspectiva profundamente mezquina en el campo social, claramente disociada de la realidad, se complementa en el aspecto económico con una visión de desarrollo anclada en el facilismo, que privilegia el sector servicios y el turismo como puntales de la vida material, en perjuicio, claro está, de la producción en sus diversas facetas. Una imagen inapropiada para una ciudad como Rosario, tradicionalmente reconocida como polo productivo, tanto en lo que hace a sus industrias -sean grandes, pequeñas o medianas- y a su carácter portuario por excelencia, casi desde su constitución como tal. Desconocer esto, es básicamente desconocer su historia o simplemente negarse a verla, pasado vivo que desde el ayer clama no desaparecer tras la cortina del lujo primermundista.
No es nuestro afán menospreciar la cultura, tan importante para el desarrollo de los pueblos, sino simplemente reflexionar sobre esta empecinada construcción de dimensiones faraónicas, que creemos innecesaria para la vida actual del conjunto de los rosarinos. Porque de eso se trata gobernar.
Gobernar es generar políticas verdaderamente constructivas que mejoren la calidad de vida de la población en su totalidad, es velar por el futuro y la integridad de todos los habitantes de un espacio geográfico, que han decidido precisamente confiar en el gobernante la conducción de los destinos de la comunidad política. Gobernar, en este caso, no es pensar solamente en el deleite cultural de minorías que casualmente moran en la zona céntrica de la ciudad, en cuyas seccionales el socialismo viene disfrutando de excelentes resultados electorales (partido que paradójicamente en su nacimiento se proponía ser la representación en el sistema parlamentario de la clase obrera).
Se trata de poner en la balanza lo más relevante para la vida ciudadana, de integrar a las mayorías, de unir a la Rosario pobre con la Rosario rica, para juntas poder pensar un futuro de armonía y de desarrollo equitativo.
Se trata de operar un cambio de 180 grados en lo que hace a las políticas gubernamentales, y de una buena vez pensar en Rosario y para Rosario – la segunda ciudad del país-; dando vuelta la página de un modelo aristocrático, desatinado y obsoleto, que persiste en el poder desde hace más de veinte años.
Es responsabilidad de la oposición concretar este anhelo, y de devolverle el equilibrio a una ciudad tambaleante.
Muy Bueno!
coincido muy bueno!!!!