La vida no vale nada
Sin temor a equivocarnos, podríamos afirmar que en Rosario, la vida no vale nada. El crimen de Jorge, un comerciante de Juan Manuel de Rosas y Mendoza, de 53 años que recién abría su negocio a manos de dos delincuentes encapuchados nos dice que estamos en el peor de los escenarios, donde para algunos tontos, un ser humano vale menos que un poco de merca.
Cuesta creer que los estúpidos que no dudaron en dispararle en la cabeza a un hombre ejemplar, según me describen mis amigos y le arrebataron inútilmente la vida, se levantaran recién. Los cacos no ponen el despertador a las seis de la mañana para salir a chorear.
Vienen de caravana, consumiendo, tomando, y cuando la cocaína se les acaba, y no quieren soportar los efectos del bajón, se deciden a «meter caño» y conseguir los que buscaban, guita para seguir tomando. Es más, matan al reverendo pedo, por que cuando llegan al bunker, en la mayoría de los casos el dealer ya se fue a dormir.
No importa si es un taxista, un kiosquero, un colectivero o algún laburante que espera el bondi a las 7 de la mañana. La cuestión es delinquir para seguir «puestos» un rato más. Una de las máximas de los delincuentes es que si llevas un arma en la cintura, la tenes que usar y algunos giles la cumplen a rajatablas sin importarles un carajo el prójimo.
Para la familia de Jorge la vida ya no será igual. Dos tarados que hoy ni se acuerdan de lo que hicieron se llevaron al sostén de la familia a El Salvador. Esa mujer es viuda a los 50 años y ahora deberá pelearla sola, el pibe de 19 se quedó sin papá, y el negocio que los mantenía y era su sustento probablemente ya no abrirá más.
Las políticas contra la drogadicción son nulas en la ciudad. Rosario hace rato dejó de ser la Cuna de la Bandera, para convertirse en la cuna del narcotráfico, donde todos los días se lava dinero impunemente, alguien compra lo que ellos venden, pero la cana no sabe nada y el poder político parece mirar asombrado, y me refiero a todos.
No son tantos, en una ciudad de un millón de habitantes, los que delinquen serán cinco mil, diez mil, y no nos dejan vivir en paz al resto. Es hora de terminar con los delincuentes.
Ojo a no malinterpretar, cuando digo terminar, me refiero a encarcelarlos, rehabilitarlos, desintoxicarlos y no a asesinarlos como ellos hacen, aunque a algunos, incluso a mi, no le faltan ganas de hacer justicia por mano propia, ya que la Justicia no hace nada.
Esos forros de pistolita en la cintura no se bancan dos bifes, solo envalentonados por la merca y sabiendo que llevan poder de fuego que su podrido cerebro no dudará en utilizar, salen a cagarnos la vida a los demás para solventar su vicio. No conocen lo que es trabajar, su «laburo» es llevarse puesto alguno, total para ellos, la vida no vale nada…
Sepan disculpar la catarsis, creo que me excedí, pero es lo que sentía, una explosiva mezcla de tristeza e impotencia que sacó lo peor de mí.
Fuente: rosarinoticias.com