Conoce como pocos los resortes del poder
Jorge Mario Bergoglio es un hombre eminentemente político. Es el mejor cuadro político que tuvo la Iglesia Argentina en los últimos 30 años. Sigiloso como buen jesuita, conoce los resortes del poder como pocos.
Es un hombre conservador en materia doctrinaria pero con una gran preocupación social, heredada de viejas convicciones de su juventud. Sin embargo, nunca fue, ni siquiera, la derecha del Episcopado argentino. Siempre tuvo del otro lado a la derecha más dura: el sector encabezado por Héctor Aguer y, por ejemplo, Esteban Cacho Caselli, embajador menemista ante la Santa Sede y con fuertes contactos en la línea ultaconservadora del otrora poderoso secretario de Estado de Juan Pablo II, Angelo Sodano, y que apostaba por el cardenal milanés Angelo Scola. Ni siquiera es el más ortodoxo de los posibles latinoamericanos: está menos a la derecha que el brasileño Odilo Scherer o que Oscar Rodríguez Madariaga, por ejemplo.
Aquellos que consideran a Bergoglio un hombre de la ultraderecha no entienden absolutamente nada de la política eclesiástica argentina ni Vaticana. Incluso aquellos que lo analicen desde el laicismo progresista anticlerical más profundo. ¿Esto significa que un hecho positivo para las experiencias nacionales y populares latinoamericanas? No. Simplemente significa que, por ahora, es menos negativo. Y en el mejor de los casos neutro. Aquellos que creen que –como es mi sospecha– que el Vaticano va a apuntar sus cañones contra los gobiernos «populistas» de la región, como lo hizo Juan Pablo II con el comunismo que gobernaba su Polonia natal, deberían saber que los otros cardenales latinoamericanos se posicionaban a la derecha de Bergoglio.
Sin embargo, el Vaticano tiene problemas más urgentes que los gobiernos populares. A saber: el escándalo sexual de los sacerdotes pederastas, la falta de vocaciones en Occidente, la corrupción del Banco Ambrosiano, la abulia de los sacerdotes, el rol de la mujer, la complicidad de los obispos con el poder económico en todos los países, la crisis económica europea, las necesidades de reforma que provienen de África y América Latina, la competencia con el protestantismo anglosajón, con las telesectas. En fin, la Iglesia Católica tiene que comenzar un nuevo diálogo con la modernidad, con el siglo XXI, y no simplemente modernizarse comunicacionalmente como lo hace el Opus Dei.
Su origen político se encuentra en la organización peronista Guardia de Hierro en los años sesenta y setenta, fue general de los Jesuitas en los setenta y estuvo a cargo de la Universidad del Salvador en plena dictadura militar. Es en esos años donde se escriben las páginas más negras de su vida. Muchos aseguran que se dedicó a diseñar listas negras de jesuitas cercanos al tercermundismo e incluso estuvo involucrado en los secuestros de los sacerdotes de su orden Orlando Yorio y Francisco Jalics. Otros, en cambio, aseguran que fue el mismo Bergoglio el que negoció con Emilio Massera la libertad de los dos sacerdotes a cambio de beneficios en la USAL para la Armada. Hay versiones encontradas y es posible que la verdad esté en el medio de ambas. Más allá de ello, no hay dudas de que Bergoglio formó parte del staff de sacerdotes que aportó en mayor o menor medida su complicidad a la dictadura militar.
Pero eso no es sólo Bergoglio. Reducirlo a esa muy posible complicidad es no entender el rol posterior del ahora Papa. Bergoglio es “interesante” no por lo que dice sino por lo que no dice y no hace. En los puntos álgidos de enfrentamiento con el kirchnerismo con la Iglesia levantó la voz y defendió primero a las organizaciones rurales y luego inició una cruzada en contra del matrimonio igualitario y en contra del aborto, dos temas que están presentes en la agenda del Vaticano como esenciales. Pero Bergoglio, contrariamente a lo que muchos creen, nunca optó por realizar un Corpus Christi permanente. Ni llevó el enfrentamiento a lugares sin retorno como hubieran hecho otros sectores del episcopado argentino, y aún menos con Cristina que con Néstor Kirchner. Es por esta razón que la oposición argentina tampoco puede festejar como propio el nombramiento de Bergoglio. El que crea que su elección como Sumo Pontífice puede capitalizarlo la pequeña oposición argentina en toda su pequeñez también está mirando otro partido.
Creer que el Papa elegido iba a ser la encarnación de Camilo Torres o Carlos Mugica es de una inocencia infantil. Estamos hablando de poder, de mucho poder. Político, económico, financiero y cultural. Ojalá que sus ojos se depositen en Latinoamérica para acompañar los procesos populares de distribución de la riqueza y no lo contrario. En ese sentido, Bergoglio es la menos mala de las opciones que había entre los cardenales del cónclave. No es poca cosa. Y se sabe, Dios está en los detalles. (Hernán Brienza/Tiempo Argentino)