El dictador más democrático
Desde hace mucho tiempo, Chávez no es sólo Chávez, sino una multitud con perfume a pueblo. Cuando ocurre algo así, el desconcierto inunda a los nostálgicos de aquellos tiempos de inequidad. En muchos Miamis, estos oscuros personajes celebraron una muerte dolorosa. ¿Qué abismo los separa de la Humanidad, que no se conmueven ante la tristeza de las muchedumbres? ¿Qué extirparon de esos cuerpos que no pueden comprender la alegría de recuperar ciudadanía? Seguramente, en los templos lagrimearán emocionados cuando el cura habla de la caridad hacia los pobres. Pero, desde el momento en que esos pobres anónimos no precisan de los harapos gastados que arrojan desde el desván o no codician los mendrugos que caen de las mesas desbordadas de costosísimos manjares, se convierten en seres detestables. Cuando esos sufrientes pobres dejan de sufrir, se transforman en escoria para los que nunca han padecido de ninguna carencia. Ahora, nada les importa y hacen saltar los corchos de sudadas botellas de champaña. No hay razones, sólo egoísmo. Y lejos de esforzarse un poco para comprender lo sucedido, se encierran en su coraza para despotricar a los cuatro vientos los motivos de la sinrazón. Por el momento, festejan el momentáneo carnaval que el destino ha inventado. En breve, advertirán lo inadecuado –y mentiroso- de esa frase que han repetido desde la infancia: muerto el perro, se acabó la rabia.
Porque no hay rabia, estimados odiadores. Tanto allá como acá, son ustedes los portadores de una fobia que no es sólo al agua (por si no está claro el juego de palabras, a la rabia se la conoce también como hidrofobia). Claro, no entienden muchas cosas; por eso buscan excusas para repudiar lo que ha mejorado la vida de millones. No se sabe por qué, pero detestan que amenacen sus cuantiosos privilegios; temen quedarse sin la hipócrita exclusividad de los actos caritativos; desprecian a los que ascienden desde el fondo del fango. No entienden a estos Personajes Históricos que se convierten en Pueblo, que se confunden con los muchos, que se identifican con los sufrientes, que se empecinan en distribuir derechos.
Entonces, inventan palabras para justificar tanto encono. Llaman autoritario a alguien que no lo es. En realidad, no comprenden demasiado el significado de ese término, sino, lo usarían para otros mandatarios. Jamás se les ocurriría llamar así a algún presidente del Imperio, del que bombardea a mansalva, vulnera fronteras, pisotea soberanías y despliega sus bases militares en casi todo el planeta. Nunca pensarían que es autoritario un presidente del Norte, aunque mantenga centros de tortura en distintos paisajes ajenos a su territorio. En la vida se les ocurrirá considerar que en las elecciones del Paradigma de la Democracia apenas vota el 40 por ciento del padrón, con suerte. Jamás cuestionarán que esas elecciones se realizan en días laborables y que muchos no votan para no perder la paga. De ningún modo sospecharán que las grandes fortunas que en esas tierras ostentan es el resultado del despojo de los países hundidos en la desigualdad.
Por ahora, estos añoradores del peor pasado sienten un alivio temporal. En breve, recrudecerán sus odios al ver que la marea no se detiene. Pronto, entenderán que han celebrado en vano. Eso sí, jamás se identificarán con las grandes causas que transforman la vida de las multitudes. Las lágrimas sólo escapan cuando el pobre revuelve un contenedor de basura, no cuando puede comprar zapatillas nuevas o mandar a sus hijos a la escuela. Frente a la cruz que idolatran sólo se conmueven ante la miseria que nutre sus bolsillos. En la vida real, sólo el desprecio surge de sus resecos corazones.
Ellos odian porque se niegan a comprender las transformaciones que se han producido. Para ellos, la democracia sólo debe ser funcional a sus intereses: un gobierno de mayorías debe beneficiar nada más que a una minoría angurrienta. Por eso repudian que PDVSA, la empresa petrolera que gracias a Chávez se convirtió en estatal, ponga sus ganancias para beneficiar a los postergados. Por eso les molesta lo que llaman asistencialismo, destinado a la atención sanitaria, educativa y alimentaria de los barrios más carenciados del país. Como en estas tierras, argumentan que esas medidas sirven para comprar votos; sostienen que de esa manera se anula el trabajo y el esfuerzo personal, como si alguna vez en su acomodada existencia, se hubieran dedicado a eso.
Cuando Chávez asumió, el analfabetismo alcanzaba a más de un millón y medio de personas. El año pasado, gracias a un plan que recorrió todo el territorio, la UNESCO declaró a Venezuela como un país plenamente alfabetizado. Además, se crearon más de 58 mil nuevas escuelas y la Universidad Bolivariana tiene presencia en todos los estados. Y si algo resulta deleznable para los que se piensan dueños de cualquier país, el Comandante impulsó una fuerte intervención estatal en la economía, con la estatización de sectores estratégicos del aparato productivo como la siderurgia, el acero y las cementeras. Además, para combatir la especulación en los precios y el desabastecimiento de las grandes cadenas comerciales, impulsó el Mercado Común de Alimentos, que facilitó sustancialmente la adquisición de productos para los sectores de bajos ingresos.
Pero seguramente lo que más ha molestado a la burguesía con énfasis es la voluntad de Chávez de refundar la región. Claro, para ellos, un sudaca debe rendir pleitesía al Primer Mundo y no aliarse con otros sudacas. Y menos aún, abandonar el modelo neoliberal que tantos beneficios ha traído a las voraces minorías. Entonces, inventan excusas para negarse a comprender; destilan veneno con forma de titulares; festejan la mínima posibilidad de mejorar sus inviolables posiciones; odian a Chávez y practican la más macabra danza sobre su tumba, porque no se imaginan lo que viene.
Ahora Chávez pertenece más que nunca a su pueblo, a todos los pueblos. Ahora Chávez son todos los que antes eran nadies. Todos seremos Chávez a partir de ahora. Y todos continuaremos con este inevitable sendero que nos llevará a la victoria. Los otros, los que mascullan su bronca en los rincones, deberán abandonar la incomprensión o descubrir otro planeta en el que puedan satisfacer sus angurrias.
No solo aplicable a Chavez, sino a todos los líderes aplican la misma política. Como por casa, por ejemplo.
Excelente artículo, como siempre.
Saludos