A 25 años de la muerte del «Negro» Olmedo
El 5 de marzo de 1988 fallecía uno de los capocómicos más importantes del espectáculo nacional.
La sonrisa rea de Olmedo este año cumpliría 80 años -el dueño de esa marca registrada de la escena nacional nació el 24 de agosto de 1933- si una caída fatal desde el balcón de un piso 11 del edificio marplatense Maral 39 no la hubiera mandado directo al arcón de los mitos.
La vida del «Negro» ya desde sus comienzos pareció tener cierta impronta de leyenda, en la cual la vocación artística impresionaba derrotar a trompadas a la pobreza y al abandono.
Alberto creció sin padre, con una madre laburadora llamada Matilde Olmedo quien se ocupó de que él asistiera a la primaria nocturna, mientras el entonces chico trabajaba de «cualquier cosa», con el escenario de un barrio rosarino marginal como telón de fondo.
Una de sus changas iniciales fue ser claque en el teatro La Comedia de su ciudad natal y quizás su temprano amor por los desafíos lo llevó integrar un grupo de acrobacias y llegar al primer Conjunto de Gimnasia Plástica en el club Newell`s Old Boys y a la Troupe Juvenil Asturiana.
En aquel conjunto español tuvo su primer trabajo fuerte, un baile «apache» en el que aparecía vestido de mujer, junto a su amigo Antonio Ruiz Viñas (Toño).
Esta dupla de compinches hizo funciones humorísticas desde el verano de 1951, y a fines del 54 Olmedo viajó solo a Buenos Aires con su creatividad y su hambre de triunfar como equipaje.
Fue en otro grupo, el del elenco del programa «La troupe de la TV» donde la capacidad de improvisación del actor -quien años después alcanzó 45 puntos de rating con su programa de televisión- fue aplaudida masivamente por primera vez.
El envío «La troupe..» se emitió en 1954 por Canal 7, con dirección de Pancho Guerrero, junto a actores de la talla de María Esther Gamas, Noemí Laserre, Tincho Zabala y Rodolfo Crespi, entre otros.
Aquellos estudios de televisión le enseñaron otro oficio que Olmedo no abandonó jamás el de «tira cables», un trabajo habitualmente secreto que Olmedo dejó a la vista de todos, al interactuar con los técnicos en muchos de sus programas.
De todos modos, su personaje del Capitán Piluso (Canal 9) originalmente para chicos, capaz de permanecer vigente por casi 20 años lo convirtió en un compañero políticamente incorrecto para la audiencia de todas las edades.
Tal como lo describió Fito Páez -también rosarino- en el tema de Piluso, «no hay merienda si no hay capitán..», aquella criatura custodiada por su ingenuo compañero Coquito, encarnado por el actor Humberto Ortiz, autor de los libretos pocos respetados por Olmedo, era el premio prometido a los chicos que se portaban bien.
La capacidad de este artista -con temprano destino de mito- de jugar con los límites se puso a prueba en mayo de 1976, en plena dictadura militar cuando inauguró su programa «El chupete» que venía realizando desde 1972, con libros de Jorge Basurto y Juan Carlos Mesa, con el anuncio de su «desaparición física».
Un público pedido de disculpas no fue suficiente, ya que no tuvo trabajo en la tele hasta 1978, pero es en la década del 80 cuando su programa «No toca botón» dirigido por Hugo Sofovich, donde desplegó su capacidad histriónica en una galería de personajes que permanecen vivos en el imaginario.
El manosanta, Rucucu, Rogelio Roldán y el inolvidable sketch Borges y Alvarez, junto al actor Javier Portales, cuyo apellido verdadero era Alvarez, fueron algunas de sus creaciones, una suerte de manual de perdedores urbanos y con tentadas en cámara.
Observador de las cualidades del argentino medio de barrio, supo combinar la picaresca de la calle con la mística de la escena, y ciertas expresiones de sus personajes como «éramos tan pobres», o «Adianchi», son desde entonces parte del lenguaje cotidiano nacional.
La pantalla grande fue un ámbito donde el pasaje del actor es más cuestionado, ya que filmó gran cantidad de producciones durante los años más tremendos de la dictadura para la distribuidora Aries, cuando el Instituto Nacional de Cine estaba bajo el mando de la Fuerza Aérea y los guiones eran aprobados por el militar de turno.
En esa trayectoria por la pantalla grande dio un poco reconocido paso tragicómico como un adinerado viudo con dificultades para concretar sexualmente con la prostituta encarnada por Susana Traverso en «Susana quiere, el negro también!», que Julio de Grazia estrenó en 1987.
En el verano del 88 se estrenó su última película, «Atracción peculiar», junto a Jorge Porcel, y, el 5 de marzo de ese año la muerte trágica y confusa terminó con sus días.
Las crónicas y las fotos de aquel momento especularon cruelmente con las causas de su muerte, siendo el suicidio y la sobredosis de cocaína las dos hipótesis que más alimentaron a la prensa amarilla.
Aquella caída fatal pareció, durante un lapso de tiempo prolongado, llegar a opacar el talento y la capacidad de robarle una sonrisa -de igual a igual- a muchísimas personas.
Entre tiernas e inimputables, sus criaturas cuyas hilachas y miserias Olmedo no temía mostrar -frente y detrás de cámaras-, siempre con sorna y apelando al doble sentido, todavía acompañan a los devotos, según pasan los años y sigue la leyenda. (Sin Mordaza)