¿Construcción de consensos o construcción de espacios de poder?
¿Qué persona medianamente informada no escuchó por estos días hablar de la palabra Consenso?. Distintos sectores de la vida política argentina convergen en esta idea. Los medios de comunicación se hacen eco de ello y así este vocablo se nos presenta luminoso, puro.
De alguna manera cuando se habla de consenso ruedan en el imaginario ciertos valores republicanos, el respeto por los marcos institucionales, la buena manera de hacer política, la práctica saludable de la negociación, en definitiva, el acuerdo en pos del beneficio del conjunto de los ciudadanos, y como a través de estas prácticas lograremos la grandeza de la Nación.
Sin lugar a dudas, así planteado parece que nadie podría oponerse a dicha postura, eso está claro. ¿Pero es adecuado plantearlo así?; ¿acaso no perdemos de vista otras cuestiones?; ¿cómo se refleja la conflictividad inherente a la política?.
Por lo tanto estimo conveniente indagar acerca del consenso en tanto concepto político.
Cabe en principio una aclaración, destaquemos que el “consenso” por más amplio que se presente, lleva de por sí un punto de cierre, en donde si bien varios establecen acuerdos, otros inevitablemente quedan por fuera de él, ya que es lógico entender que no todo el universo político puede estar comprendido.
Resultaría interesante traer aquí a Carl Schmitt, que cuando pocos lo imaginaban se desempolvan viejas páginas y nuevamente cobra vida su obra. Como sabemos, su lógica para pensar la política gira alrededor de la distinción amigo/enemigo, esta distinción genera agrupamientos, define un “Nosotros” y se opone a un “Ellos”, configura lo “homogéneo” y contrapone lo “hetéreo”, de por si esto lleva la marca de la lucha política. El consenso aquí asoma cuanto menos inviable, ilusorio, las diferencias entre distintos agrupamientos parecen volverse insuperables.
Por otra parte, en estas latitudes vemos a nuestros representantes políticos convencidos de la necesidad de generar espacios comunes, y establecer políticas de consenso; a la vez que se presenta a la confrontación como una retardataria de los procesos de desarrollo y modernización.
Como vemos, en esta proposición suelen dejarse de lado los razonamientos referidos a los antagonismos, como si los mismos no existieran, donde todos a través de canales institucionales podamos coincidir y lograr acuerdos. La política de esa manera migraría hacia aguas tranquilas, que servirán como plataforma para el desarrollo.
¿Es ésto lo que nos están proponiendo algunos de nuestros políticos?; ¿o quizá la construcción de consensos esconde otras cuestiones?; ¿se está hablando de construcción de consensos o mejor dicho de construcción de espacios de poder?.
Tengamos cuidado, debemos reconocer dos niveles de análisis:
Primero, que el planteamiento de los consensos se debe realizar teniendo una real lectura de lo político, reconocer las relaciones de poder existentes, los distintos actores en juego, partidos políticos, corporaciones, organizaciones de la sociedad civil, etc. y que cada uno trae consigo las marcas de su recorrido histórico y sus intereses que se ponen en juego a diario.
Segundo, visualizar como el paraguas del consenso puede ser utilizado desde ciertos sectores políticos (muchos de los cuales muy disímiles entre si) como un lugar de reagrupamientos. Donde bajo la necesidad de generar consensos se intenta básicamente aglutinar fuerzas. Por lo tanto, no podemos afirmar que se busca generar políticas comunes sino más bien construcciones de poder político.
Consecuentemente, y a modo de conclusión, diremos que: por supuesto es deseable encontrar un punto de encuentro donde distintos sectores políticos puedan confluir y configurar políticas de consenso, apuntalar temas donde se puedan concretar agendas conjuntas y establecer verdaderas Políticas de Estado. Esto, en la Argentina de hoy no existe, es un déficit y es necesario superarlo. Los antagonismos han llegado al punto de generar una parálisis en dicho proceso.
Pero para dicha construcción es necesario plantear la cuestión de una manera verosímil.
Por un lado, superar el modelo de distinción amigo/enemigo que impide cualquier forma de construcción política; donde el rival político se constituye claramente en enemigo. Es necesario reconvertir la figura de “enemigo” en la de “adversario” político, donde puedan existir diferencias y confrontaciones, pero que las mismas tiendan a enriquecer la cuestión sin llegar a la exclusión del uno sobre el otro.
Por otro, de ninguna manera obviar las tensiones referidas a las cuestiones de poder, y a las pujas de intereses existentes; donde pareciera que todos de una manera racional y elegante podamos ponernos de acuerdo, eliminando los diferencias. Ese espacio de dialogo ingenuo que se nos propone no es real.
Y finalmente debemos reconocer que para una verdadera construcción de estos espacios es deseable el agrupamiento franco entre sectores que al menos compartan un imaginario político ideológico similar. Por ende, la construcción del mismo no puede realizarse en forma especulativa o meramente coyuntural.
Excelente análisis, de veras. Además, pone en consideración lo importante que es Carl Schmitt para entender la lógica política, uno de los más grandes pensadores de la historia de la humanidad.