El Miedo
Los saqueos reactualizaron una cuestión no menor y subyacente en la sociedad: el miedo, esa perturbación angustiosa del ánimo generada por algún peligro o mal que nos amenaza y que provoca que el rostro palidezca, las pulsaciones aumenten, la boca del estómago se comprima y los miembros se “paralicen”.
Luego el cuerpo, sudoroso, se sacude en violentos escalofríos y la musculatura se tensa, preparándose para pelear o huir, tras registrar una situación conflictiva la corteza cerebral que informa al resto del cuerpo que reacciona gracias a las hormonas como la noradrenalina y la dopamina, alojadas en el hipotálamo y las estructura subtalámicas o por las glándulas suprarrenales, como en el caso de la adrenalina.
Sirva este introito para puntualizar, en principio, que los hombres y mujeres de clase alta y media alta, en el proceso histórico argentino, cada año que pasa tienen más miedo, ya que son los primeros en percibir que los cambios se producen en función de la aplicación de la fuerza, aunque no son los que más tienen miedo. Este último se profundiza más en la población de los suburbios y en ella se inserta con más fuerza en las mujeres y los niños.
El temor a gran escala, a nivel del funcionariado comenzó a ser percibido en nuestro país a partir de 1985, cuando las encuestas mostraban que el 50% de las personas admitió públicamente que tenían miedo a los asaltos callejeros.
Dos años más tarde la violencia en las calles sensibilizó fuertemente a la ciudadanía y el gobierno de turno tuvo que soportar la crítica sobre como se combatía al delito. Sólo fue el principio.
Luego el temor ingresó como un disparo desde lejos –con mayor aceleración- a la agenda pública y la llenó de sangre con el incremento sustancial de víctimas inocentes en las que apareció la dictadura, trasuntada en la mano de obra desocupada.
En la construcción del miedo el Estado sabe que existen factores que sólo se modifican con el perfeccionamiento delictivo en lo tecnológico que, obviamente, sustituye e incrementa el número y tipo de delitos y produce nuevos y más limpios, en los que la violencia directa es utilizada como última alternativa por las bandas armadas.
Y esa elaboración del miedo a la que nos refiere el temor a la institución policial y posteriormente a la militar, ha sido por decenios el primer escalón, ya que a pesar del tiempo transcurrido los sistemas de seguridad no han logrado resignificar la violencia según opinan expertos en seguridad, ente ellos el experto Pedro Fraile, quien ha estudiado la relación entre territorio y sensación de inseguridad.
Entiendo que también está asociado a la cuestión del miedo el temor a la heterofobia, el que se explica en aquello que es expresado con el análisis que se sintetiza en la frase: todo lo que es diferente a mí es peligroso.
Es peligroso porque es extranjero, porque tiene moralidad distinta o porque simplemente es distinto.
En este marco podemos acotar otros miedos: el de las mujeres a ser violadas; a la relación con la empleada doméstica con terceras personas delincuentes; al cartonero, al piquetero y así podríamos seguir indefinidamente, producto del desgaste social por necesidades económicas insatisfechas, terminología que utilizan los medios de comunicación para esquivar la palabra miseria.
La historiadora del miedo y catedrática Joana Bourque apunta en uno de sus escritos que “el enojo, el disgusto, el odio y el horror”, contienen todos los elementos del miedo.
No queremos dejar de escribir un par de parágrafos en torno del miedo sin dejar de mencionar al mismo como resultante de la puesta en acto de terceras personas que lo utilizan para obtener el poder y el deseo de dominar totalmente a la sociedad.
José Pablo Feimann en “La sangre derramada” –un ensayo sobre el miedo que produce la violencia política-, asevera que el que acepta la pena de muerte “busca siempre -porque sabe que la necesita- una justificación poderosa. Todas, en última instancia, consisten en indagar en el Estado un paralelo de la crueldad de los homicidas”.
Los dados están echados, el lector ha dado su primer paso y tiene, a partir de este instante, la oportunidad de ejercitar una nueva mirada de la historia política de los sistemas de seguridad implementados en el tiempo en Rosario y las consecuencias en su hinterland.
Mientras tanto podrá ir armando mentalmente el rompecabezas con el que se va profundizando la violencia social en la medida del paso del tiempo y de la cada vez mayor resistencia de los oprimidos ante su casi seguro final en el juego, en el que hacen, con miedo, las veces de víctimas.