Maradona no puede ser el centro del debate político
Luego del desafortunado resultado obtenido por la selección nacional de fútbol en el cotejo disputado con Alemania correspondiente a los cuartos de final del Mundial Sudáfrica 2010, que significó su eliminación de la Copa, han aparecido de forma constante y creciente en medios de comunicación de lo más variopinto, incluyendo el ámbito digital, opiniones encontradas acerca de la permanencia o no en el cargo de Director Técnico de Diego Armando Maradona. Lo curioso de este hecho, no está relacionado con el despertar de la simple y genuina opinión pasional al término de un evento deportivo de las citadas dimensiones, característica en un país futbolero como el nuestro, sino con una explicita intencionalidad política adjudicable a ese tipo de información circulante.
Periódicos como Clarín o La Nación, claramente enfrentados con la gestión kirchnerista, hacen referencia en sus páginas principales al fracaso deportivo, ligando la responsabilidad de Maradona al accionar del gobierno nacional. Diarios de tinte oficialista como Página 12, por su parte, contraatacan desde una perspectiva clasista filiando el origen social del eximio jugador, con los pobres de hoy en día, en una fantástica articulación conceptual. Internet, para no ser menos, se ha visto inundada en los últimos días de miles de mensajes y apreciaciones referidas a este tema a través de sus principales sitios de reunión social como Facebook o Twitter, o a través de publicaciones en formato digital.
De este modo, el avalar o desautorizar la figura del técnico todavía en funciones, se ha vuelto una cuestión de relevancia pública. Se está en contra del gobierno de Cristina Fernández de Kirchner si se critica a Maradona, se está a favor de la gestión presidencial si se aprueba a Maradona. Dicho desde la óptica opositora, cuestionar el desempeño del ex futbolista al frente del combinado nacional significa estar a favor de un nuevo proyecto de país antidemagógico y republicano que respete las instituciones; mientras que justificarlo implica ser cómplice de una tiranía que con sus garras impide el vuelo en libertad de la Nación. Blanco o negro, esa cultura política extremista bien argentina, y hasta diríamos latinoamericana, en donde no tiene lugar el punto medio, convirtiéndose en el reinado absoluto del dualismo maniqueo, una eterna lucha entre el bien y el mal.
La figura del controvertido ex-crack futbolístico, cabeza visible de la derrota en Sudáfrica, ha sido catapultada al centro del debate político. No es casual que la discusión gire en torno a un personaje como Maradona. Se trata del mismo personaje excéntrico y mediático que recibió las congratulaciones del dictador Jorge Rafael Videla por el campeonato mundial juvenil obtenido en Japón en 1979; se trata del mismo que salió a festejar a los balcones de la Casa Rosada la conquista -ahora sí con la selección mayor- de la presea dorada en México 86´ junto a Raúl Alfonsín; se trata del mismo que posaba dichosamente junto al ex presidente Carlos Saúl Menem, hablando maravillas del riojano y sus políticas; se trata del mismo que hoy en día en la piel de oficialista carga furiosamente contra los monopolios del periodismo y se abraza como amigos de toda una vida con la presidenta de la Asociación Abuelas de Plaza de Mayo, Estela de Carlotto. Se trata del ícono de multitudes al que se le perdona todo, incluso sus conflictos con la ley. Se trata del ídolo que en nuestra impotencia como pueblo creamos para aferrarnos a algo que nos ayude a enfrentar un destino que hace décadas se nos presenta adverso. Se trata de la paradoja de admirar a un “héroe plebeyo”, que con esfuerzo conquistó su fama, cuando diariamente escondemos la mirada a la pobreza para no sentirnos culpables. Se trata de la mejor y más efectiva vía de escape para evitar discutir los problemas que verdaderamente aquejan al país; se trata de detenernos en lo banal para no proyectar un futuro respetable.
Últimamente, el debate político viene siendo extremadamente mediocre, dejando mucho que desear. El gobierno empeñado en seguir adelante con su estrategia de todo o nada no puede contener la inflación, sacando dinero de adonde sea para financiar el “modelo”. Modelo que se ha mostrado insostenible en el tiempo debido a la dependencia pura y exclusiva de nuestra economía de los altos precios de los commodities que mantienen el superávit fiscal. Modelo, que por otra parte, remite al vigente desde 1880 a 1930, por la preponderancia del sector agrario.
La oposición, en cambio, se autoimpone un papel de víctima dedicando sus energías a cuestionar de plano todas las iniciativas del oficialismo, cualquiera sea su tema, cualquiera sea su origen; minando la gobernabilidad. Recurre a argumentos cuasi infantiles para explicar el estilo autoritario de un gobierno ciertamente no muy enamorado de la institucionalidad. De esta forma, carente de madurez y de ideas, presenta proyectos totalmente alejados de la realidad local, apropiados para un continente desarrollado como el europeo en su mejor etapa de gloria, que precisamente, no es la actual signada por la crisis económica. Así, se escuchan durante horas en los debates parlamentarios -cuando sesiona el Congreso, ya que permanece más tiempo inactivo, que cumpliendo su función primordial- alocuciones pueriles que parecen extraídas de una clase de Educación Cívica.
Nadie pide que se vuelva a los debates acalorados de la época de ilustres congresales como Lisandro De la Torre, o Alfredo Palacios -entre otros-, plagados de referencias a la filosofía clásica; sino simplemente poner en el tapete los temas clave que hacen a nuestra agenda futura como nación, en un mundo cada vez más desarrollado.
No es, por otra parte, el objetivo de estas líneas agraviar a la persona de Diego Armando Maradona, ni menospreciar una carrera deportiva colmada de éxitos y triunfos como la suya, futbolista que quizás merezca el laurel de ser el mejor jugador de esa disciplina de toda la historia a nivel mundial. Solamente, nos interesa marcar la gravedad del problema al que se enfrenta nuestra clase política; el de un debate carente de ideas, vacío de contenido.
Lo que urge discutir cuanto antes, y de manera adulta –no adúltera con la patria, al servicio del vil metal- son los ejes troncales sobre los que se basará el desarrollo del país en las próximas décadas, desarrollo que obviamente, deberá reservar un lugar de privilegio a la inclusión social.
En definitiva, se trata de que la dirigencia en la que el pueblo confió para que lo conduzca, se adapte a la altura de las circunstancias y deje de detenerse en nimiedades inconducentes, para compenetrarse en lo trascendente. Como decía José Ortega y Gasset… ¡argentinos a las cosas!.