Central igualó con Ferro, extendió su crisis y multiplicó los reproches
Más de lo menos. La señal futbolística que esperaba Russo no apareció y Central regaló otra muestra más de levedad y aturdimiento en el Gigante. Eso es lo que quedó tras el pálido 1 a 1 de ayer.
El empate con Ferro no fue otra cosa que un cebo de distracción. Enmarañado. Perverso. La señal futbolística que esperaba Russo no apareció y Central regaló otra muestra más de levedad y aturdimiento en el Gigante. La igualdad no alcanzó para instalar un punto y aparte, pero tampoco significó un esbozo de reacción. No actuó como plataforma de relanzamiento. Tampoco tuvo fuerza de sentencia. En realidad fue otra chance desperdiciada que sólo sirvió para estirar un estado de agonía que no encuentra un haz de luz que lo rescate. Este equipo continúa atado, preso de una dolorosa inacción y en el horizonte inmediato no asoman paliativos. El uno a uno de ayer expuso sin concesiones la preocupante realidad de un equipo que no levanta cabeza, arrastra males y quedó hundido en el último tramo de la tabla de la B Nacional. Un presente indecente, demasiado alejado de sus pretensiones iniciales.
A este Central lo superan su contexto, sus circunstancias y se complica con cualquier rival. Y este ciclo sólo sigue adelante por la convicción de Russo, un técnico con personalidad y espalda en el universo canalla. Y también porque parece difícil que un dirigente de esta convulsionada comisión directiva se pueda parar en este momento delante del DT para efectuar reclamos airados o establecer (o sugerir) plazos. Es una cuestión de autoridad, de límites y de pergaminos.
Pero lo cierto es que Russo hasta ahora no pudo hacer funcionar a este Central. No pudo darle ni siquiera el envión inicial. Y cada vez que amenaza con salir al ruedo siempre se tropieza entre crueles ironías y sus propias dudas. Más allá de que ayer señaló que conserva fuerzas para seguir en su cargo (ver página 15), queda claro que el gesto de despegue no aparece, el crédito se achica cada vez más y el entrenador hace rato que quedó atrapado en el embudo de los cuestionamientos.
Los cambios de pizarrón y de nombres no provocan efectos redituables. La localía se transformó en un tormento irreconocible. Los pibes no pueden ser la salvación, pero igual son empujados a la arena. Y la imagen de equipo se desmorona ante cada inclemencia. Esta apuesta canalla navega entre manotazos al aire porque no encuentra ningún tipo de certezas para amarrar sus ambiciones naturales. Hoy todo le queda lejos, todo le representa un esfuerzo desmedido que lo sobrepasa, todo es un mar de angustia que no lo lleva a ningún puerto.
El gol de Pereyra Díaz a los 24’ fue un golpe fortísimo para un Central que tiene la exasperante costumbre de andar ofreciendo siempre su mejilla, sin reparar en las conveniencias ni en los quilates del adversario. Por suerte, cuando el Gigante se estaba transformando en un auténtico hervidero de silbidos, insultos y reproches, llegó el zapatazo de Medina, sólo cuatro minutos después, que por lo menos pudo morigerar los efectos de otro partido más, que no se pudo encausar por propia impericia.
Así, para Central el inútil empate en Arroyito fue más de lo menos. Una repetición de viejos vicios y nuevos pesares. Otra oportunidad dilapidada, una resumida demostración de inmadurez, una obscena postal de lo que ya dejó de ser. (La Capital)