Explicaciones que no llegan a destino
En los cacerolazos neoyorkinos una señora sostenía un cartel: “Yegua: destruiste el campo, la industria y la familia”. Difícil dilucidar de qué realidad habla esta señora. Eso no es una opinión, sino una acusación sin fundamento. No es lícito opinar acerca de lo que no sucede. Ese mensaje parte de una afirmación que no es cotejable en los datos ni en la experiencia empírica. Lo de la familia, es relativo. Muchos dijeron que la familia se destruiría con la sanción de la ley de Divorcio Vincular a mediados de los ochenta y nada de eso ocurrió. Después de la sanción de la ley de Matrimonio Igualitario se formaron nuevas familias, aunque con actores diferentes. Pero siguen siendo familias. En definitiva, nada de lo que denuncia esa señora con el cartel en la puerta del hotel de Nueva York tiene base cierta. Sin embargo, se sentía con derecho de portarlo, de realizar una acusación basada en una falsedad, de proclamar a los cuatro vientos su infinita ignorancia. Si uno se interesaba en hacerle saber a esa buena mujer que lo que rezaba su cartel no se correspondía con ninguna realidad de Argentina, seguramente no hubiera sido recibido con buenos modos. Cuando una mentira se convierte en motivo, no existen posibilidades de presentar un argumento racional.
En las charlas cotidianas que uno tiene se nota que la «mentira» se convierte en la brújula de muchos individuos. Las no-explicaciones que se difunden por ciertos canales de noticias calan profundamente en el sentir porque justifican y alimentan los prejuicios. Cuando uno aporta otra versión y otros datos, es merecedor de una mirada entre lastimera y condenatoria. Lastimera porque miran como diciendo: pobre, te creés el versito de la yegua. Condenatoria porque la mirada, cargada de odio, es una acusación hacia las cuantiosas sumas que uno recibe por defender el accionar delictivo de la viuda y su banda de farsantes. Y si no, hablan por lo bajo, haciendo comentarios al pie o entre paréntesis de lo que uno va diciendo, destinados a no ser escuchados. Cuando se pide una aclaración, la respuesta es una sonrisa cachadora y un «nada, nada» que clausura todo diálogo. Se cree en el relato carroñero porque el K es más difícil de comprender. Es más fácil desconfiar que lo contrario. Aunque no haya una verificación empírica de los males que ocasiona el Gobierno de Cristina, la enumeración mediática basta y sobra. Porque el gobierno es tan pero tan malo que, a la hora de ocultar los desastres que deja a su paso, no hay quién le gane. Y menos mal que está el periodismo independiente para revelar los oscuros entresijos de los centros del poder.
Con la rebelión de los agentes de seguridad ocurrió algo parecido. Cuando salió el Jefe de Gabinete de Ministros el miércoles al mediodía y anunció que se abonaría por planilla complementaria la diferencia, el conflicto debió quedar saldado. Más aún cuando explicó que esos descuentos eran el resultado de una mala aplicación del decreto 1307/12, destinado sólo a un parte del personal. “No sabemos si esto es simplemente un problema administrativo concreto –manifestó– Tenemos serias sospechas de que se está usando a los de más abajo, a los que el decreto explícitamente preveía que no podían ser perjudicados, como carne de maniobra por aquellos que quieren mantener los privilegios de seguir cobrando 80, 90 o 100 mil pesos”. Sin embargo, muchos se quedaron con el primer titular: el gobierno descontó el sueldo de los agentes de seguridad. Lo mismo ocurrió con la Operación Miedo. Por más que uno recite el párrafo completo de ese discurso presidencial, en donde se nota claramente que no había una amenaza para los ciudadanos sino una invitación a los funcionarios afectados al saneamiento de la cuenca Matanza Riachuelo para que no se dejen intimidar por un juez, las miradas serán de incredulidad. El título Cristina dice que le tienen que tener miedo ya quedó grabado a fuego en las conciencias. No creen siquiera en la cita textual. Y eso es alienación asumida por un convencido manipulado. Y con ésos, no hay remedio. Entonces, todos salen a la calle, desafiantes, y claman “no tenemos miedo”.
Como los Gendarmes y Prefectos. Ellos también anunciaban no tener miedo. Menos mal, porque su función es protegernos y para ello deben desafiar el peligro. Por eso siguieron frente al edificio Centinela. Y siguen, aunque menos. Los demás, los que no están, entendieron que el conflicto estaba resuelto con la compensación salarial y con la destitución de la cúpula. Los otros, los que se quedaron, suman nuevas demandas, como si fuera el trámite del arbolito. Más aún, para demostrar que todo fue producto de maniobras espurias, el Ministerio de Seguridad ordenó la intervención de la Dirección de Asuntos Jurídicos de la Gendarmería, por “severas deficiencias” en el manejo de los reclamos salariales de los integrantes de esa fuerza. Un gesto más para dejar sin efecto el motín. En su resolución, el Ministerio señala que las auditorías revelaron la comisión de “irregularidades en el tratamiento de las medidas judiciales relacionadas con reclamos salariales”. Desde ahora, “la gestión de las causas judiciales por diferencias de haberes iniciadas por personal en actividad, retirados y pensionados de la Gendarmería” quedará a cargo del ministerio. Además, se procederá a “la instrucción de las actuaciones disciplinarias para deslindar responsabilidades”.
Esta intervención no fue producto de la casualidad. La Unidad de Auditoría Interna del Ministerio había realizado un informe a mediados de años, en el que reconoció que debido a amparos judiciales, “la autoridad política ha perdido absolutamente el control sobre la política salarial”. El amotinamiento de esta semana, deberá terminar en estos días porque es necesario recomponer la cadena de mandos. Pero más importante aún, explicar cuanto antes a la sociedad qué fue lo que pasó en este nuevo episodio del Operativo desgaste. Porque de eso se trata todo esto. Y se va a seguir tratando. El pasado tiene sus zarpas clavadas en nuestro presente y quiere arrastrarnos a la oscuridad de la que todavía estamos saliendo.
A cada paso se evidencian sus artimañas. Mientras denuncian que el Gobierno intenta instalar jueces aliados, ellos lo hacen con total impunidad. El ministro de Justicia, Julio Alak, afirmó que la maniobra de bloquear la designación de un juez titular en el fuero Civil y Comercial 1 es “funcional al Grupo Clarín”. Claro, por ahí pasa la cosa. El monstruo se resiste y sus esbirros lo protegen para ser, a su vez, protegidos. Porque en ese tribunal federal se prepara un fallo crucial: la constitucionalidad del artículo 161 de la Ley. Y el juez subrogante nombrado de manera transitoria, Raúl Tetamanti, hace más de tres años que está jubilado. De esta manera, adulteraron un mecanismo transparente y democrático de designación de jueces para proteger intereses corporativos. Consejeros de la oposición metieron por la ventana a un juez que debería haber sido designado por concurso, como pretendía el oficialismo.
Pero todas estas explicaciones no llegarán a gran parte del público, que ya tiene tatuado el primer titular. El cacerolero es parecido al instrumento que le da sentido: funciona mejor cuando está vacío. Vacío de explicaciones, pero colmado de titulares. Algunos ya están convencidos y tienen los cacharros como una extensión de sus extremidades. Otros, muchos, están en el medio. Oscilan. Ellos merecen el esfuerzo de las explicaciones. Aunque uno reciba miradas socarronas, burlas, descalificaciones, escupitajos. Nada es fácil en esta vida. Porque son ellos, los que no se deciden a participar de esta contienda, los que pueden inclinar la balanza hacia un país mejor o hacia el pantano que tan bien conocemos.
seguro que ya te recibiste de chupamedias k y ahora estas detras de un sueldito k si es que ya no lo estas caradura,Rosa sos patetico
Muy buen análisis. Pido permiso para analizarlo con mis alumnos con los que estamos trabajando los diarios. El comentario que leí a continuación es una muestra clara de lo que decís. Pero aunque pareciera que no llegan a destino, hay que insistir.