La muerte del Embajador de EEUU en Libia desencadenaría acciones violentas impredecibles
Al momento de iniciarse esta columna, el presidente de Estados Unidos Barack Obama quizás terminó de firmar la autorización para enviar 200 marines entrenados en contraterrorismo para dar protección a sus diplomáticos en la ciudad de Bengazi, -ubicada al noreste de Libia, en la costa del Mar Mediterráneo-, luego de conocer detalles del ataque de un grupo islámico que casi barrió de la faz de la Tierra al consulado yanqui en ese país.
Allí dejaron de existir el embajador de Estados Unidos en Libia, Christopher Stevens, tres de sus empleados y alrededor de una decena de guardias de las fuerzas armadas libias.
El ataque a la sede diplomática enclavada en la ciudad donde se libraron batallas clave durante la Segunda Guerra Mundial entre el Afrika Korps y sus aliados -según las primeras informaciones-, habría sido realizado con armamento automático y lanzagranadas que originaron un incendio en el edificio atacado en repudio a una película producida por un estadounidense donde se ridicularizaba la figura de Mahoma.
Entre las varias versiones que se conocieron, una de ellas señala que Stevens fue retirado en estado grave del lugar y falleció tras agonizar 90 minutos con un cuadro de asfixia.
Agencias internacionales señalaron entre los atacantes a salafistas –movimiento sunnita que revindica los orígenes del Islam, fundado en el Corán y la Sunna- que por su número no pudieron ser controlados por los servicios de seguridad libios, los que según el representante de Trípoli en las Naciones Unidas, ibrahim Dabbashi “fueron abatidos en un número cercano a la decena”.
Las autoridades libias señalaron que en la ciudad de Bengazi, segunda en importancia en el territorio libio, baluarte de los opositores a Muammar al- Gaddafi se está viviendo un incremento de actos violentos en perjuicio de occidentales, contra los que se usan armas obtenidas tras la caída de Kadafi.
El gravísimo episodio ocurrido ha sido otra caída en el camino que transita el pueblo libio al borde del abismo.
El desafío a tomar es el construir una realidad democrática en un territorio contaminado por el despotismo y para ello el pueblo –6 millones de habitantes- se decidió a sangre y fuego liberarse de un régimen tiránico en el que no había partidos políticos, sindicatos o cualquier otro mecanismo de representación popular.
La muerte del embajador norteamericano se produce entonces en un entorno signado por la miseria, acompañada de un sistema sanitario y educativo casi inexistente que se expone al mundo como el saldo del saqueo que soportó el país.
El tránsito a la democracia no será dado en un camino sembrado de rosas. Por el contrario la reacción norteamericana derivará en situaciones impredecibles que iremos conociendo con el correr de los días.