La máscara de los destructores
Para que quede claro: una cosa es una mentira y otra una opinión. Una mentira es decir lo contrario de lo que es o lo que uno sabe que es. Una opinión es brindar un punto de vista subjetivo sobre un hecho. Respecto de la mentira, puede haber algunos atenuantes: alguien puede estar convencido de que lo que sabe es lo que en realidad ocurre, aunque no sea así. Pero no estamos hablando de eso, sino de la mentira a sabiendas disfrazada de titular. Más grave aún cuando otros periodistas repiten esa mentira y opinan sobre ella. Y también, cuando algunos políticos fijan su oposición con ese material ya viciado. Todo termina siendo una cadena de mentiras presentada al público con la etiqueta de la verdad independiente. Una verdad independiente que se difunde con estridencia por todo el territorio. Mentira y opinión se mezclan para hacer un licuado indigesto servido en bandeja a gran parte de los consumidores. La mentira –cuando uno sabe que está diciendo lo contrario a lo que es- resulta siempre intencional y catastróficamente destructiva. Tanto como los dichos de Carrió en Uruguay, que en el contexto del dragado del canal Martín García dijo: “en nombre de millones de argentinos pido perdón. Los uruguayos están siendo muy educados en el relacionamiento bilateral” y advirtió que “Uruguay no se merece una compañera tan chabacana como Argentina”. La resistencia al régimen no tiene límites.
Mientras en los distritos que concentran gran parte de la población del país se gobierna para sembrar el desánimo y el descontento, el Gobierno Nacional continúa construyendo futuro. Y convenciendo de la importancia de ese futuro, también. La recuperación de la soberanía energética y económica es lo que garantiza ese futuro, sin dudas. Y podría elaborarse un listado de las medidas que La Presidenta tomó durante los ocho meses que Macri demoró en reconocer que la administración del subte forma parte de la autonomía de la CABA, para advertir hacia dónde está el futuro. Porque, para ser claros, las peores cosas parecen ocurrir en la CABA y en provincia de Buenos Aires. El resto del país se mantiene en un apacible clima provinciano.
Salvo cuando los tamberos se enojan y se les da por tirar leche al suelo. En Santa Fe se desperdiciaron más de 140 mil litros en el marco de una protesta por el reparto de las ganancias lecheras. Algunos dirán que en lugar de arrojarla como si fuera basura, hubiera tenido mejor destino como donativo a comedores o cosas así. Pero la leche no puede ser destinada al consumo antes de ser pasteurizada. La Mesa Nacional de lechería, que está en sintonía con la otra mesa, la de enlace, impulsa piquetes en las usinas lácteas de Santa Fe, Córdoba y Buenos Aires. Y –vaya paradoja- para protestar porque pierden plata, tiran leche. En la caótica cadena productiva y comercial de nuestro país, parece que todos no ganan lo que merecen. Y para muchos, perder plata es ganar menos que el otro. Los tamberos reciben entre 1,40 a 1,60 pesos por litro de leche, que en las góndolas se pagará a 6 o 7. Algo pasa en el medio y resulta un descontrol en la cadena de comercialización. Y ese descontrol es lo que produce la inflación. Nadie sabe lo que gana nadie, pero el pato lo paga el consumidor. En esta protesta tambera sólo participan 800 de los 12000 productores registrados y muchos de los bloqueadores venden su mercancía en industrias no bloqueadas. Vivos obscenos, tiran la leche ajena.
“Hace falta una reforma impositiva para poner un techo a las ganancias de los formadores de precios”, aseguró Carlos Heller, diputado nacional y presidente del banco Credicoop. Porque el tema de la inflación no debe pasar sólo por si el IPC se asemeja o no a lo que pasa en las góndolas, sino a los motivos que ocasionan el aumento constante del precio de los productos. La redistribución del ingreso necesita una resignación de las ganancias. Y para eso hace falta un control de la cadena de producción y comercialización de los artículos de la canasta básica, al menos. En el caso de la producción lechera, debería acordarse no un aumento de la materia prima que después se traslade al precio final, sino, en base al mismo precio que está hoy, establecer un reparto equitativo entre todos los actores. Algunos se deben estar llevando más, seguro. Pero la solución no es tirar la leche al costado de las rutas.
Pero claro, los destructores de nuestro futuro son muchos. Los que más se quejan y boicotean el actual rumbo económico son los que más tienen. Y sus laderos, que cobran cifras astronómicas para escribir libelos de dudosa veracidad. Que La Presidenta haya tenido que denunciar las mentiras de un notorio periodista del monopolio, de dudosa capacidad intelectual pero enorme habilidad de lobby, para esclarecer a la opinión pública es una muestra del hartazgo. Y por eso resaltó la necesidad de una Ley de Ética Pública para periodistas, que no sería una ley mordaza, escrache, censura o persecución, sino para establecer los límites para las fantasías nocivas con que muchas plumas ilustran los diarios. Fantasías y deseos que no se presentan como tales, sino como la más cruda verdad. “Así como nos obligan a los funcionarios públicos a declarar nuestros bienes y está muy bien, por lo menos debieran publicar de qué empresas reciben dinero. Quién les paga. Para que cuando leamos un artículo, sepamos” argumentó CFK. “Son el cuarto poder y también manejan la información pública, deben tener la misma obligación que tenemos quienes manejamos los recursos públicos” agregó. Pero para resaltar esta idea, Cristina explicó que “lo que está mal es, bajo una pretendida pátina de independencia, estar sirviendo a intereses inconfesables. ¿Y por qué digo inconfesables? Porque si pudieran decirlo, lo dirían pero no lo dicen, lo ocultan”.
Porque las mentiras difundidas como verdad alteran los ánimos de la opinión pública. Por eso ganó Macri, por la irresponsabilidad de los medios con hegemonía en decadencia al proteger su imagen. Por eso el Jefe de Gobierno porteño gestiona mal a propósito, porque sabe que tiene un blindaje que adorna su inoperancia. La inauguración de una baldosa en homenaje al cantante Ricardo Arjona merece más difusión que la invasión de la Policía Metropolitana al Hospital Borda. Y todo lo malo que ocurre en la CABA –para estos operadores publicitarios disfrazados de periodistas honestos- es responsabilidad del Gobierno Nacional. Un periodista de Clarín, Claudio Díaz, hizo públicos los motivos de su renuncia. Como es larga, bastan algunas líneas: “lo que viví en Clarín en los últimos tiempos superó todo… Gracias a Dios, ¡todavía tengo vergüenza! Pero lo que ya no tengo es estómago para tragarme las cosas que hace este diario en nombre del periodismo”; “Da la sensación de que los que se llaman periodistas o columnistas ya ni sienten un mínimo de pudor por haberse convertido en contadores del negocio mediático, desvividos por saber cuánto dinero ingresa a las arcas; lo único que les falta es salir con el camión de Juncadella”. La construcción de un país en serio necesita una actitud responsable y comprometida de cada uno de los ciudadanos con el conjunto. La irresponsabilidad periodística y de muchos individualistas angurrientos está dificultando nuestro avance. Es momento de que los pongamos en su lugar.