Los fantasmas del Boulevard Atlantic tienen frío
Al concluir la lectura de la angustiante denuncia de la Asociación Amigos de Mar del Sud en un matutino porteño, la desesperanza me produjo un nudo en la garganta que casi me corta la respiración: Estaban desmantelando el Boulevard Atlantic Hotel de Mar del Sur para vender las pocas piezas de valor que allí quedaban.
La predicción de la hotelera que en el 2006 me había transmitido en una tarde, a pocos metros de la playa, en Miramar, lo que ocurriría seis años despué, se cumplía inexorablemente.
De inmediato me invadieron los recuerdos y el salto mental en el tiempo me instaló en el interior del automóvil con el que junto a familiares, luego de recorrer unos 15 kilómetros en una ruta despojada de vehículos y con un tibio sol cayendo sobre el horizonte hacia el oeste, nos introducía a una de las avenidas principales de Mar del Sud.
Esa tarde, en nuestro propósito de dirigirnos a la costa para disfrutar del mar, llegamos a la playa mínima y ventosa, donde flameaban banderas y globos multicolores de una fiesta que nos perdimos, quizás, por llegar tarde y fue en ese momento que tomamos debida cuenta de la existencia de una decadente edificación que dominaba la avenida de dos manos donde habíamos estacionado y en cuyo frente un sujeto, de aspecto menesteroso nos invitaba a comprar entradas para conocer “la verdadera historia del Boulevard Atlantic Hotel y de los fantasmas que aún viven allí”.
Mis sobrinos, intrigados por la existencia de “los espectros” hicieron una presión insostenible sobre nosotros, los mayores, y casi sin darnos cuenta, de un instante para otro, estábamos caminando, con las entradas en las manos hacia un oscuro y tétrico salón, donde ya había más de dos decenas de personas sentadas en sillas mugrosas, escuchando la presentación de quien sería el guía turístico de la construcción, quien en realidad era tan sólo uno de los tantos “okupas” del lugar.
El relator, tras agradecer nuestra visita sobre el inicio de su disertación, nos pidió que cerráramos la puerta del hall de ingreso “para que los fantasmas no sintieran frío, ya que en las noches se escuchaban sus estornudos. “Ustedes saben –nos dijo- aquí en Mar del Sud, por las noches baja mucho la temperatura y las estufas no funcionan”.
No terminamos de sentarnos y el guía se lanzó con su historia. Allí comenzamos a enterarnos que en 1889 el Banco Constructor de La Plata, dirigido por Carlos M. Schweitzer adquirió a Fernando Otamendi las tierras donde se desarrollaría un lujoso complejo turístico en el que hoy se encuentra el pueblo de Mar del Sud.
La iniciativa nació a partir de las características especiales que tenía la zona comprendida entre los arroyos La Tigra y La Carolina, donde estudios de ingenieros, topógrafos, geólogos y hasta meteorólogos determinaron la existencia de un microclima, arenas iodadas y ferruginosas en la costa atlántica y profundas capas freáticas con aguas puras bendecidas con minerales naturales, factores que conformaban una importante fuente energética con efectos misteriosamente especiales sobre los seres humanos que redundarían en su mejor estado de salud y longevidad.
Como inicio del complejo, según pude saber, comenzaron a construir un hotel monumental, el legendario Boulevard Atlantic Hotel.
Sin embargo el desastre económico desencadenado en 1890 trajo como resultante la quiebra de la entidad crediticia constructora y el proyecto se derrumbó, quedando lo erigido en el hotel en manos de un condominio conformado por las personas que figuraban en los antecedentes de dominio del Registro de la Propiedad.
A fines del año siguiente, reclutados en Europa por la organización del Barón Hirsh, llegaron al puerto de Buenos Aires, en el barco “Pampa”, 818 exiliados judíos “pampistas” que escapaban de las persecuciones y masacres de Rusia del Este.
Fueron alojados en el Hotel de los Inmigrantes de Buenos Aires y luego amontonados en un tren se los derivó a Mar del Plata, donde se los subió en carretas con destino a Mar del Sud. Allí se los alojó durante unos meses en el Boulevard Atlantic.
Muchos inmigrantes murieron en un tornado y sus cuerpos exánimes fueron depositados por un tiempo en el sótano del hospedaje.
La etapa posterior de la durísima vida los rusos blancos prosiguió nuevamente en Buenos Aires. Allí se los embarcó con destino a San Antonio, Entre Ríos, donde hoy forman una de las colonias de los gauchos judíos.
El hotel, una construcción neoclásica funcionó en manos de diversos concesionarios, según relataba el “personaje” que hablaba sin cesar, mientras pedía que lo acompañáramos por las decadentes instalaciones que en 1972 fueron alquiladas por Eduardo Gamba.
Este “visionario” fue quien aprovechó los estudios realizados en el siglo pasado, luego actualizados por el Instituto de Biosicoenergética de la Argentina, para destacar las propiedades del complejo de energías geológicas que determina coordenadas favorables para el desarrollo de ejercicios biosicoenergéticos.
“Estos -según Gamba- se concretan en las esferas física, emocional e intelectual de los seres humanos que utilizaban el hotel como centro de operaciones que se extendieron a una reserva forestal cercana, única en su tipo en todo el continente americano por su variedad de coníferas próximas al océano Atlántico”.
En síntesis, un lugar ideal para realizar encuentros y ejercicios relativos a la energía humana en combinación con la fitoplásmica.
Como a Gamba le iba fenómeno en lo económico, compró la manzana entera donde estaba el hospedaje y continuó con su actividad hotelera –esotérica hasta 1993, año en que por cuestiones judiciales dejó de funcionar.
El hotel fue declarado monumento histórico en 1988, pero en el pueblo todos –autoridades incluso- luego se lavaron las manos y el hotel comenzó a derruirse hasta que Eduardo Gamba, nuevamente con una salida genial, utilizando el pretexto de proteger y preservar el lugar construyó sobre la superficie libre del terreno diez apart hoteles.
El ocupante actual, silenciosamente pero de manera continuada, está desmantelando el lugar, a pesar de que no ha logrado presentar documentación alguna que lo designe propietario. Sólo los lugareños han podido establecer que la finca figura a nombre de su ex esposa fallecida hace una década por lo que en su favor habla de una herencia vacante.
De las habitaciones que recorrí en el 2006, -las que dan a un patio interno-, que los mendigos utilizaban para colgar a secar sus calzoncillos y camisetas para que se secaran o apoyaban sobre muebles tapados con sábanas sucias, sólo quedan-según la cronista del diario- agujeros donde había pisos de pinotea.
Incluso se agrega en el informe periodístico, que hasta las aberturas de las piezas que daban a una galería de más de 100 años de antigüedad, han desaparecido exponiendo con meridiana claridad un desguace del que “sólo restaba arrancar las escaleras que conectaban la planta baja con el primer piso, que ya están vendidas”.
El esqueleto del Boulevard Atlántic va camino a su demolición inexorable, salvo que la Provincia de Buenos Aires acepte la herencia vacante y lo entregue al municipio de General Alvarado, que es el acreedor mayor de todas las deudas para comenzar a recuperar el hotel, ya que si ello no ocurre los fantasmas que allí habitan, según el guía turístico trucho, no tendrán donde protegerse del frío de las noches en Mar del Sud.