Luminosa victoria en la batalla cultural
Aunque pocos entiendan el concepto “batalla cultural”, ya son muchos los que la están librando. Esta idea comenzó a instalarse en los dramáticos tiempos de la rebelión de los estancieros, cuando gran parte del arco político acató la propuesta de las corporaciones agro-mediáticas para debilitar al recién asumido primer gobierno de CFK. Una parte de la sociedad, confundida por la prepotencia de los poderosos, tomó partido por el bando equivocado y se sumó a las filas hostiles con sus cacerolas bien cargadas. A pesar de que no entendían muy bien de qué iba la cosa, muchos individuos respondieron a las consignas mediáticas y se sumaron a las filas destituyentes para defender al agraviado CAMPO, emblema indiscutible de la argentinidad. El “yo estoy con el campo” actuaba como un feroz grito de guerra y se exhibía en carteles y calcos en cualquier lugar disponible. Gorilas, machistas, amas de casa envidiosas, oportunistas, vendepatrias, golpistas… Muchos se sumaron a esta cruzada que tenía como objetivo domesticar a la yegua.
Año difícil en que muchos pensaron que todo se desmoronaba, que ganaban los de siempre, que el consenso tan deseado por los poderosos estaba retornando a estas tierras. Que quede claro, el consenso entendido no como acuerdo entre iguales, sino como obediencia sumisa a los poderes fácticos. Empecinados y enceguecidos en defender sus mezquinos intereses, los promotores de catástrofes no advirtieron que de la guerra que emprendían no iban a salir victoriosos, aunque algunas señales indicaran todo lo contrario. A pesar de Cobos y el cobarde flujo que abandonaba las filas oficiales para ampararse en la sombra de las poderosas corporaciones, a pesar de la parafernalia mediática que amplificaba injurias, a pesar de los augurios pesimistas y las amenazas evidentes, a pesar de la derrota electoral de 2009, nada resultó como Ellos querían. El Gobierno Nacional se recuperó de la crisis de una manera insospechada. Lejos de someterse a los dictámenes de los carroñeros, encaró con fortaleza la disputa por la hegemonía, con la convicción de que la Economía y todos sus actores debían estar bajo la dirección del Poder Político gobernante y al servicio del conjunto de la sociedad.
Estos hechos instalaron un concepto: la batalla cultural. Si al principio los títeres del monopolio mediático se burlaron de esta idea, hoy la entienden muy bien y con lo que tienen a su alcance, participan en ella. Pero sus armas han perdido la fuerza, a tal punto que hasta los twiteros son más efectivos que los serviles operadores mediáticos. Esta batalla cultural es una puja por el dominio discursivo, es sostener un relato basado en hechos beneficiosos para las mayorías, es recuperar autoestima, es reconquistar derechos, es desempolvar banderas que nunca debieron haberse archivado. Esta batalla cultural significa reconstruir la ciudadanía perdida y señalar el camino para llegar al país soñado; es reconocernos en el otro y tender una mano; es perder la desconfianza; es no confundir lobos con corderos ni pisotear las flores que emergen en este jardín. Esta batalla cultural implica convencer con argumentos y no con amenazas; es pensar en un país enorme con todos adentro y no en una fortaleza inexpugnable habitada por unos pocos elegidos. Esta batalla cultural es un cambio de paradigma y necesita re-nombrar muchas cosas.
Si se está ganando esta batalla sin sangre es porque los horizontales tomaron la palabra. Y porque los del otro bando entraron en pánico. Tanto que se han quedado sin país para defender. Están tan afuera de nuestras fronteras que sólo les queda ponerse del lado de los intereses ajenos. De tan desaforados resultan patéticos. Un poco ridículos, también. Aunque nunca tuvieron principios, ahora, seguro, tendrán un final.
Esto se nota en los descoloridos intentos por recuperar la nociva influencia de otrora. El informe presentado por Jorge Lanata en su programa del último domingo, donde revelaba la existencia de twiteros con nombres falsos y fotos robadas de la red, denuncia de confusa e insignificante trascendencia, es una clara muestra de lo derrotados que están. Pero no desorientados. Esa investigación presentada en Periodismo Para Todos intenta sembrar desconfianza hacia una herramienta que ha sido sumamente efectiva para desarticular los contenidos manipuladores de los medios con hegemonía en decadencia. Las redes sociales como apoyo de la militancia territorial se han transformado en propaladores de argumentos, ideas y símbolos que se convierten en una contracultura que ha salido victoriosa ante el sentido común construido en los noventa y que, a toda costa, intentan re instalar.
Por eso son cada vez menos los influenciados por el “denuncismo” al que quedó atado el original y provocador periodista. Como muchos otros, que sólo saben sembrar desconfianza ante cada acción de gobierno, que se muestran ceñudos para resultar convincentes, que construyen un miedo irracional para volver a gobernar, que niegan cualquier esperanza con tal de llenar sus bolsillos. Como temibles inquisidores, señalan con todos los dedos a su alcance a la juventud militante comprometida con un proyecto de país que los tiene como protagonistas. Claro, prefieren a los ventiañeros individuales de los noventa, preocupados por vestir bien, ascender rápido y ostentar estatus.
Tan confundidos están que no dudan en denostar a una embajadora que reclama por los derechos soberanos ante su par inglés. Qué falta de respeto por parte de la representante de un país carente de monarquía. Y si de provocaciones se trata, qué mejor muestra que la del famoso spot filmado en Malvinas. Un buque de guerra no es amenaza, pero un corto televisivo, sí. La agencia británica Young & Rubicam –cuyo representante local es autor de la obra- exhibió su actitud colonialista al exigir que retiren el spot de pantalla. Sus directivos afirman que nunca se involucraron en la propaganda política, a pesar de haber sido los encargados de la campaña que, en tiempos de la Dictadura, difundía la idea de que “los argentinos somos derechos y humanos”. Y las hienas locales son capaces de obsequiar medio territorio con tal de pertenecer al Primer Mundo en retirada y no les tiembla el pulso a la hora de esbozar mamarrachos en sintonía con la lógica imperialista en los pasquines locales.
Esta batalla la pierden por su propia ineptitud y por la ambición que los ciega. También porque el odio los desborda y detestan la felicidad ajena. Los tiempos en que con unos cuantos titulares gobernaban a su antojo ya forman parte del pasado. Los lejanos días en que poblaban sus pantallas con los melodramas que ellos mismos provocaban están llegando a su fin. Ahora hay un colectivo que se está fortaleciendo, un sinfín de ciudadanos dispuestos a defender lo conquistado, una red virtual empecinada en servir de herramienta para transitar un sendero de recuperación. Ante las apolilladas consignas neoliberales, hay un caos carnavalesco de militantes que se resisten a ser manipulados, una multitud de horizontales que vulnera el sentido común que inundó de dolor nuestro querido país. Todavía no hay laureles donde dormir, pero ya se siente su encantador perfume.