Titanic: el fracaso de la soberbia
Transcurría el jueves 11 de abril de 1912 cuando los cientos de pasajeros del Titanic flameaban sus pañuelos a bordo del transatlántico más moderno y lujoso construido hasta el momento.
Tripulado por más de 900 hombres al mando del Capitán Edward J. Smith, el buque abandonaba lentamente el muelle de Queenstown -Irlanda- en su viaje inaugural hacia Nueva York.
Quedaba un extenso trayecto por delante, y la cubierta vibraba casi imperceptiblemente ante el empuje de sus majestuosas turbinas. Pero sus pasajeros no sentían temor, era el barco más seguro jamás construido. De hecho, era promocionado por la prensa del momento como “el barco insumergible”.
El viaje acontecía sin incidentes mayores a través del Atlántico, que entregaba al gigante, sus aguas más calmas.
El veterano capitán Smith retribuía el gesto del océano con una confianza ciega que sólo fue turbada por la temperatura, que bajó súbitamente y generó cierta preocupación por la posible presencia de icebergs.
Por el resto, el Titanic proseguía su marcha, cargado de festejos y suntuosidad. El buque era un verdadero palacio flotante, con lujosos comedores, ascensores, piscina interior, bibliotecas, gimnasio y baños turcos. De hecho, poseía comodidades que muchos de sus pasajeros nunca habían disfrutado, ni siquiera en sus hogares, como luz eléctrica y estufas en todas las habitaciones.
Los días transcurrieron sin novedad. La tranquilidad era tal que se llevó la marcha a la máxima velocidad, que por aquel entonces rondaba los 22 nudos (un poco más de 40 kilómetros por hora). Esta medida fue sugerida por Bruce Ismay, presidente a bordo de White Star Line, la empresa constructora del Titanic. Ismay se había propuesto marcar el mejor tiempo en su viaje inaugural.
Pero el 13 de abril comenzaron a intensificarse los informes de alarma por el avistamiento de bloques de hielo en la ruta. Se cree que al menos una docena de mensajes pudieron ser recibidos -e ignorados- por los oficiales a cargo.
La temperatura continuaba en descenso a medida que el Titanic se acercaba a Terranova, razón por la cual el capitán Smith ordenó alterar el rumbo y se planteó bajar la velocidad. Sin embargo, un arrogante Bruce Ismay dio por tierra dicha propuesta.
El 14 de abril de 1912, la noche era estrellada y el capitán Smith se había retirado a su camarote a descansar, dejando a cargo a sus oficiales.
Maniobra desesperada
Pero a las 23.40, la desesperación rompió con la calma reinante en el Atlántico. Mientras el Titanic navegaba a 22,5 nudos, el vigía Frederick Fleet avistó un iceberg a menos de 500 metros de distancia y con una elevación de unos 30 metros sobre el nivel del mar. Inmediatamente Fleet hizo sonar la campana y telefoneó al puente de mando, donde el oficial James Paul Moody recibió la desesperada llamada y avisó al primer oficial William Murdoch, quien corrió al ala de estribor a observar por sí mismo.
Murdoch tomó las medidas que creyó correctas e intentó evitar la colisión, primero girando el timón todo a babor, seguidamente dando marcha atrás. El barco en el último minuto logró evitar el choque frontal (con el cual se presume que no se habría hundido). Seguidamente Murdoch ordenó viraje a estribor sin sospechar que el iceberg se extendía a los costados por debajo del mar y que abriría una profunda grieta de 100 metros en cinco de los compartimentos laterales del buque. El Titanic quedó sentenciado.
Un desesperado capitán Smith ordenó cerrar herméticamente todos los compartimentos estancos y luego pidió a los oficiales un estado de situación.
Mientras tanto, el impacto fue tan suave que los pasajeros no sospechaban lo que ocurría a tan sólo metros. Sobre la cubierta, algunos sostenían una “guerra” con bolas de nieve, usando los restos del iceberg; mientras que otros disfrutaban del lujo del buque como si nada hubiese ocurrido.
Debajo del agua, la historia era otra. El Titanic estaba herido de muerte y su diseñador, Thomas Andrews, tras recorrer el barco predecía lo increíble: el hundimiento del Titanic sería a más tardar entre dos a cuatro horas.
Smith, intentando no difundir el pánico, instruyó a sus oficiales para el abandono del barco. Impactado y en estado de shock, Smith sabía por simple aritmética que muchos pasajeros morirían. De ahí en adelante, a pesar de su vasta experiencia, cuentan que se mostró errático y ajeno a la situación.
Los dos operadores de radio, Jack Phillips y Harold Bride, comenzaron a enviar desesperadas llamadas de auxilio. La señal fue captada por dos trasatlánticos, el Frankfort y el Carpathia. El capitán de éste último dudó del SOS, ya que no lograba comprender que el “insumergible” Titanic pudiera hallarse en problemas. Cuando se confirmó el llamado de auxilio, emprendió el rescate a toda velocidad a pesar de encontrarse a unas 58 millas de distancia (unos 100 kilómetros).
Mientras tanto, los camareros del Titanic iban de puerta en puerta, pidiendo a los ocupantes que se pusieran ropa adecuada para el frío y se dirigieran a las estaciones de botes con sus chalecos salvavidas. Todavía ignorantes de la gravedad de la situación, la mayoría de los pasajeros hizo lo que se les pidió, aunque algunos se negaron a salir del calor de sus camarotes por considerar que se trataba de un ejercicio de adiestramiento para evacuación.
Todos se comportaban de manera calmada, casi indiferente. Hasta que una escalofriante idea golpeó a los pasajeros: el barco sólo llevaba botes salvavidas para 1.178 personas. Automáticamente se desató el pánico.
Finalmente, los botes comenzaron a ser cargados de pasajeros y depositados lentamente en el mar. La evacuación fue caótica y violenta. Comenzaron a escucharse gritos y tiros, mientras que algunos de los botes sólo se cargaban a la mitad de su capacidad y muchas mujeres se rehusaban a abandonar a sus esposos.
Mujeres y niños primero
Los oficiales y casi todos los marineros permanecieron a bordo para ayudar a los que se quedaban. El capitán Smith ordenó a todos abandonar el barco. Sin embargo, él permaneció en el puente, luego de lo cual no se lo volvió a ver.
El espectáculo desde los botes salvavidas era desolador. El Titanic, de casi 300 metros de largo con cuatro enormes chimeneas y que todavía brillaba con la luz resplandeciente de claraboyas y salones, se hundía lentamente. El ángulo se hizo más abierto al levantarse el estribor, luego se inclinó hasta alcanzar una posición casi vertical y permaneció unos momentos así, casi inmóvil. Al balancearse, todas sus luces se apagaron de repente y se produjo un profundo estruendo cuando toneladas de maquinaria se cayeron y rompieron hacia la proa. Enseguida el enorme trasatlántico se deslizó hacia adelante y hacia abajo, y fue finalmente devorado por las fauces del Atlántico.
Poco después de las 04:00 horas, el Carpathia llegó al escenario de la tragedia. Sin embargo, para la mayoría de los pasajeros ya era muy tarde. Más de 1.500 personas murieron esa noche. La mayoría eran miembros de la tripulación y pasajeros varones o de tercera clase.
Bruce Ismay, al año siguiente se retiraría de la White Star Line, encerrándose en su casa hasta el día de su muerte en 1937 y prohibiendo a los moradores tocar el tema en su presencia. Nunca pudo revertir las acusaciones por su cobardía y responsabilidad en la tragedia.
El capitán Edward Smith fue erigido a la calidad de héroe por priorizar a sus pasajeros. La fidelidad a su trabajo hizo popular la célebre frase: “El capitán se hunde con el barco”.
El lujoso viaje pasaría a la historia como el peor desastre marítimo en tiempos de paz y como una lección del océano a la estupidez y arrogancia humanas.
Una orquesta de primera
Una de las más célebres leyendas del Titanic es la relativa a su orquesta.
Se dice que durante el hundimiento, los ocho miembros de la banda liderados por Wallace Hartley, se situaron en el salón de primera clase en un intento por hacer que los pasajeros no perdieran la calma ni la esperanza. Más tarde continuaron tocando en la parte de popa de la cubierta de botes. La banda no dejó de tocar incluso cuando ya era seguro que el buque se hundiría, y lo hizo hasta el último segundo de vida.
Ninguno de los integrantes de la banda sobrevivió al naufragio, y desde entonces ha habido mucha especulación respecto a cuál fue la última melodía que interpretaron. Algunos testigos sostienen que la última canción fue “Nearer, my God, to Thee” (Muy cerca, Señor, de Tí). Sin embargo, nadie pudo aseverarlo con exactitud.
El cuerpo de Hartley fue uno de los que se recuperaron y pudieron ser identificados. Su funeral en Inglaterra contó con la presencia de miles de personas. A pesar de ser considerado como un héroe en su país, la naviera White Star Line le cobró a su familia por el costo de la pérdida de su uniforme.
Descubrimiento de los restos
Durante décadas, científicos y fanáticos del Titanic se dedicaron a buscar infructuosamente sus restos. Hasta que el 1º de septiembre de 1985, una expedición encabezada por Jean-Louis Michel y el Dr. Robert Ballard lograron lo imposible.
Una visión fantasmal se abrió desde lo profundo del océano, pudiendo verse la proa del famoso buque llena de óxido, a unos 4.000 metros de profundidad y a 625 km al sudeste de Terranova.
Automáticamente Ballard afirmó que sería “ridículo” cualquier intento de rescatar los restos, y que su equipo había propuesto convertirlos en un monumento marítimo.
Una vez explorado, se descubrió que el Titanic no estaba entero, sino que estaba partido en dos. Mientras que la proa estaba relativamente bien preservada, la popa parecía haber sido seriamente dañada cuando se estrelló contra el fondo del océano. Los escombros estaban esparcidos en los 600 metros que separan ambos pedazos.
Por miedo a saqueos de los restos, se mantuvo en un principio en secreto la posición exacta del barco naufragado.
Un año después, Ballard regresó al sitio donde se ubicaban los restos. Y equipado de modernos submarinos especiales navegó alrededor del inmenso buque encallado.
Esta expedición fue seguida pronto por otras de otros investigadores, cuyos objetivos no eran sólo examinar el naufragio: muchos objetos preciosos pertenecientes a los pasajeros fueron recuperados de esta forma.
En los últimos años, los restos fueron sistemáticamente saqueados, extrayéndose cientos de artefactos, tales como porcelanas, botellas, maletas, etc.
Hoy, cualquiera puede sumergirse hasta el Titanic, si está dispuesto a abonar cerca de 30.000 euros por el privilegio de hacerlo. (El Litoral)