Sobre cómo recordar una guerra
El autor de estos apuntes pertenece a la misma clase etaria que los ex combatientes de Malvinas pero no vivió la guerra, sino que la transcurrió al amparo de su hogar. Podría haber ido, pero no se dio. El número bajo sacado en el sorteo lo desplazó a un lugar tangencial, como a la mayoría de la población. No hay orgullo ni alivio; sólo una tangente. Pero además, eso no lo convirtió en un combatiente urbano de los que consumían con avidez todo lo que se publicaba, lo que se difundía en la tele y las millones de palabras que se destilaban por radio. Tampoco de los que sintonizaban emisoras extranjeras buscando la verdad de la milanesa. Ni de los que competían para ver quién tenía el dato más certero o reciente, ni de los que se transformaban en excelentes estrategas bélicos señalando los puntos vulnerables del enemigo en improvisados mapas dibujados sobre servilletas en la mesa de un café. Tampoco de los que pronosticaban un futuro por demás de venturoso para nuestro país después de la segura victoria ni de los que predecían un destino de colonia que se extendería por todo el territorio en caso de una posible derrota. Ni de los que contaban los aliados de uno u otro bando, como si se tratara de una partida de TEG; ni de los que donaban sus ahorros para la causa o participaban en colectas; ni de los que mandaban chocolatines, ropa de abrigo o café instantáneo, todo con cartitas de aliento incluidas. Nada de nada. Este ignoto profesor de provincias se atreve a confesar tanto tiempo después de los hechos, que transcurrió la Guerra de Malvinas como un observador descreído. No la tenía clara, pero descreía.
Después de terminar el secundario en un colegio católico, el mundo real había danzado durante más de un año ante los ojos de ese joven que todavía no soñaba con convertirse en un ignoto profesor de provincias. Cuando estalló la guerra, la facultad ya lo había nutrido con nuevas posibilidades de pensar las cosas y muchos datos sobre la dictadura que había usurpado el Estado. Por eso le parecía inconcebible que militares así pudieran encabezar algo justo y heroico. Lo dudaba y a la vez, lo temía. No esperaba la victoria y tampoco la deseaba.
La llegada de la democracia trajo un montón de sentimientos encontrados con respecto a la guerra. No podía haber reivindicación posible del operativo “toco y me voy”, como se llamaba en la intimidad a la campaña militar de recuperación de las islas. Los reclamos de soberanía se mezclaban con la dictadura, aunque nada tenía que ver una cosa con la otra. Tanto daño hicieron estos tipos que durante mucho tiempo dejamos en suspenso algo que es nuestro por derecho. Tanto, que esta sociedad hizo que los excombatientes fueran víctimas por segunda vez. La primera, de las atrocidades que cometieron los militares a cargo con los conscriptos en medio del paisaje de las islas. La segunda, el olvido al que fueron condenados por la mayoría de los argentinos.
Después de que los ositos menemistas surcaran los mares para alcanzar el ridículo, la construcción de la memoria colectiva avanza con paso decidido. Y los horrores de la guerra comienzan a ver la luz. La novela “Iluminados por el fuego” – de Edgardo Esteban- inspira una película de Tristán Bauer y produce un quiebre en la concepción de la guerra y los ex combatientes. Los relatos de soldados torturados no por el enemigo, sino por los superiores estremecen e indignan. Y claman justicia, por supuesto. El salvajismo y la humillación a la que fueron sometidos los conscriptos por nimiedades en medio de una guerra incomprensible merecen la peor de las condenas. Y como broche de plomo, la imposición del silencio a través de una declaración jurada como requisito para obtener la baja. Antes que eso, lo que se debía silenciar: el hambre, el frío, los tormentos, las estaqueadas, las amenazas. Toda guerra es un despropósito pero estos hechos acrecientan su locura.
En su edición del lunes, Página/12 presentó entrevistas a cuatro excombatientes que conmueven con los detalles de su relato. Como el de Silvio Katz, que cuando faltaban quince días para su baja lo mandaron a Malvinas. “Volví de la guerra y nunca más fui a bailar –reveló Katz- para ir al cine tardé meses, en reír tardé más. Para reírme con ganas, pasaron tres o cuatro años. Uno a veces crece de golpe, dicen que se queman etapas. A mí, me incendiaron etapas”. Silvio Katz acusó a Eduardo Flores Ardoino, el oficial que estaba a cargo de su compañía, por torturas y discriminación porque lo trataba peor a él que a los demás por ser judío. “Rápidamente –recuerda– pasé de ser un judío de mierda a ser un judío traidor, un judío cagón y un judío homosexual”. Por ir a comprar comida al pueblo lo estaqueó en remera y calzoncillos con veinte grados bajo cero durante horas, después de ordenar a sus compañeros que lo orinen, sólo por judío. Otro día, por cazar un cordero les hizo meter las manos en el agua helada. No a Katz. “Me llevó donde defecábamos, me tiró la comida, me apuntó con una pistola y me hizo comer entre el propio excremento”.
Pedro Benítez casi pierde un pie por principio de gangrena; pie de trinchera, que le llaman, que se produce por el frío, la humedad y lastimaduras que se infectan. Además, el hambre. “Para combatir con un inglés tenés que estar comido. Yo no podía levantar un cajón de municiones, temblaba. Fui con ochenta kilos y volví con cuarenta”. Un día, un cabo le pone un arma en la cabeza y le dice: “¿Si lo mato?”. Y Pedro contestó: “Por ahí una bala me salva la vida”. “Decían que el enemigo iba a atacar –relata Benítez- pero el enemigo estaba ahí adentro, estaba entre nosotros”.
Todas las historias son parecidas y terminan en el mismo punto: cuando son tomados como prisioneros los encierran en galpones llenos de comida que no había sido distribuida. Si los castigos se producían porque los soldados trataban de superar el hambre, cuánto dolor se hubiera ahorrado con repartir la comida que estaba almacenada. Pura maldad. Maldad sobre maldad. Por simple vicio de lastimar al otro.
No es la primera vez que en estos apuntes se habla de Malvinas, de la estrategia diplomática, de los malvinenses, de los intelectuales anti-todo. Tampoco, que se menciona la necesidad de construir una memoria compartida por la mayoría, donde lo horizontal se convierta en protagonista de la historia. Y siempre se insiste en la importancia de avanzar por este camino colectivo con verdad y justicia para los que arruinaron nuestro pasado y pretendían hacer lo propio con nuestro futuro. Y para los que desean arruinar nuestro presente. A esos tampoco hay que olvidarlos, porque fueron protagonistas y beneficiarios en aquellos tiempos de oscuridad. Y, por lo que se puede apreciar por las acciones del presente, parece que quieren volver a serlo.