La gran ayuda de Perú a Argentina durante la guerra de Malvinas
Luego de doce años de un régimen militar, en 1982, la tradicional sociedad peruana estaba rearmándose política y socialmente bajo la presidencia de Belaunde Terry (1980-85), quien había sido derrocado de un anterior mandato, en 1968, por un golpe de Estado.
Como era de imaginarse, el mandatario peruano (fallecido en 2002) tenía poca simpatía por las dictaduras y la Argentina de entonces estaba bajo el dominio de la Junta Militar liderada por el general Leopoldo Galtieri. El amor de Belaunde por el pueblo argentino, que lo había cobijado por unos días durante su exilio, pudo más y se ofreció a ser mediador entre la Argentina y Gran Bretaña.
En una conversación con el embajador de los Estados Unidos en Lima, el presidente peruano le comunicó esta intención a su par norteamericano, Ronald Reagan. El jefe de Gabinete estadounidense, Alexander Haig, que ya había fracasado como mediador en el conflicto, se comunicó con Belaunde.
«Haig le propone a Belaunde que intervenga como mediador. Es así que el presidente llama a Galtieri», recuerda en diálogo con Infobae América Víctor Andrés García Belaunde, por aquel entonces secretario del Gabinete de Ministros y actual congresista.
En una de las conversaciones, Haig le informó a Belaunde que iba a reunirse con el canciller inglés Francis Pym. Luego de un extenso diálogo, se decidió que el presidente peruano negociara un acuerdo de paz.
«Era un domingo por la noche en Lima, en Buenos Aires debían de ser las primeras horas de un lunes, cuando Belaunde llamó a Galtieri y le planteó la fórmula de paz. Se había definido quiénes iban a ser los cuatro países garantes que iban a ocupar la isla», recuerda García Belaunde.
Belaunde se comunicó con Galtieri y le informó que le había costado mucho trabajo convencer a Gran Bretaña de aceptar esta fórmula y que todo se había logrado porque Estados Unidos estaba presionando en este sentido.
La respuesta de Galtieri a Belaunde fue: «Mire, presidente, yo también tengo mi Senado. Hablemos mañana». La respuesta sorprendió al mandatario ya que por aquel entonces el gobierno argentino de facto mantenía disuelto el Poder Legislativo y una decisión de tal importancia podía ser asumida por el jefe de Estado sin realizar consulta alguna.
«Si en ese momento el acuerdo de paz hubiera sido aceptado, el buque argentino General Belgrano no hubiera sido hundido, como pasó dentro de las 24 horas siguientes a la conversación», recuerda García Belaunde.
Cuando el presidente peruano se enteró del hundimiento del crucero argentino, se volvió a comunicar con Galtieri para pedirle detalles sobre el hecho, El militar respondió: «No estoy seguro de si hay muertos. Solo sé que está al garete». Esta última palabra fue eliminada de los informes oficiales de la época.
Belaunde le dijo que lamentaba lo ocurrido y Galtieri le contestó que ya no había nada que hablar y desechó la propuesta de paz. El presidente peruano comunicaría luego la decisión a Haig. Lo que más sorprendió al mandatario peruano fue que Galtieri, en esa misma conversación, le informó que en pocas horas más una delegación de militares argentinos llegaría a Lima para conversar con él.
Estos, acompañados por el embajador de ese país en el Perú, se presentaron en el palacio de Gobierno para pedir los Mirage, tanques de combustible de aviones y varios cohetes.
Operación Exocet
Durante el conflicto, la comunidad internacional había dictado un embargo de venta de armas a la Argentina. En Washington, un grupo de militares de ese país contactó al general de la Fuerza Aérea Peruana (FAP) José Espinoza Salazar para realizar la compra de doce misiles Exocet por medio del Estado peruano. Espinoza era la máxima autoridad peruana de la FAP en Estados Unidos y sus colegas argentinos le propusieron realizar una operación triangulada por 12 millones de dólares. Este respondió que necesitaba la autorización del Estado peruano.
Con uno de estos misiles los argentinos habían hundido al moderno destructor inglés tipo 42 HMS Sheffield. Estos proyectiles tenían la característica de desplazarse a ras del mar con lo que evitaban ser detectado por los radares.
Al ser una operación estrictamente secreta y de mucha urgencia, los argentinos le informaron al general peruano que iban a viajar a Lima para obtener los permisos del alto mando de la FAP para adquirir los misiles.
A partir de allí se elaboró la directiva llamada «Celeste y Blanco» (por los colores de la bandera argentina), cuyo objetivo era concretar la compra del armamento.
«No se podía hablar por radio, ni teléfono ni télex. Los servicios secretos podían escuchar y eso hubiera puesto en riesgo las relaciones diplomáticas con Estados Unidos y con el Reino Unido», señala el general Espinoza.
El militar encargó al coronel de la FAP Osvaldo Saravia Peña la tarea de realizar personalmente la solicitud al alto mando. Este destacado oficial, número uno de su promoción, llevó un oficio a Lima explicando la operación al comandante general de la Fuerza Aérea. Luego de trámites burocráticos, el 7 de junio de 1982 se autorizó la operación clasificada como secreto de Estado.
«Supuestamente se estaban comprando unos 24 equipos de abastecimiento y combustible, no los misiles», señaló Saravia en una entrevista televisiva realizada en 2009. El 7 de junio, partió a Francia para concretar la compra de los misiles. «Fue una operación tipo James Bond«, recuerda.
El trato con la empresa francesa «Definsa Stablishment» consistía en que, al momento de la firma del contrato e inspección de los misiles, se pagaría US$ 9.600.000 quedando pendiente el desembolso de los dos millones restantes cuando los Exocet estuvieran en Lima.
El coronel asistió sin compañía alguna a la inspección de los misiles. Los militares argentinos no querían aparecer en la operación; incluso en algún momento pensaron en adulterar pasaportes para hacerse pasar por peruanos pero el tiempo les jugaba en contra.
Saravia se encontró con los franceses y, tras una operación digna de película de espías que incluyó un trayecto de tres horas con los ojos vendados hasta unos depósitos de armamento, le informaron que no podían hacer las pruebas. «Según me contó Saravia, él sólo observó los misiles, los contó y eso fue todo», señala Espinoza.
Una vez terminada la misión, dejó a los argentinos a cargo y regresó a Washington.
El fracaso de la operación
Los misiles nunca se embarcaron. La empresa exigía el pago de los 2 millones de dólares restantes antes del envío y no al momento de la entrega, tal como había sido pactado.
Para entonces, la Argentina ya se había rendido ante Inglaterra y perdió el interés por los misiles. El dinero restante de la operación fue devuelto a Buenos Aires.
La Comandancia General de la FAP en Lima responsabilizó a los dos oficiales del fracaso de la misión. Luego de unos meses, ambos fueron pasados a retiro. El general Espinoza fue denunciado en 1986 por traición a la patria por haber hablado supuestamente con la revista peruana Gente sobre el tema, algo nunca demostrado, y por lo que finalmente fue sobreseído.
El coronel Saravia fue el más afectado. Tras su pase al retiro, y en una medida insólita, el Estado peruano le ordenó reincorporarse a la actividad con el objetivo de que regresara a Lima. Él decidió quedarse en Washington, por temor a ser encarcelado. De ser un destacado militar con una excelente hoja de servicios pasó a ser un empleado en una estación de servicio.
Treinta años después del conflicto, el único peruano «víctima» del conflicto de Malvinas recurrió a la CIDH para que su pase al retiro por medida disciplinaria sea revisado en esta instancia y se le restituyan los derechos que perdió al ser dado de baja por medida disciplinaria.