El Gobierno se equivoca al copiar a Sturzenegger
La baja del déficit fiscal, acompañada de menor presión fiscal y reformas estructurales para bajar costos empresarios y hacer más rentable la producción, es el remedio para salir del estancamiento.
En círculos cercanos al ministro Sergio Massa se muestran entusiasmados por el rotundo cambio que implicaría la orientación actual de la política monetaria.
En lugar de abrevar en Alfredo Zaiat y los profetas de la Teoría Monetaria Moderna, se estaría, ahora, aplicando las recetas de «Macroeconomics» de Dornbusch y Fischer, manual utilizado por las cátedras de numerosas e importantes universidades de todo el mundo.
Rudiger Dornbusch, por sí mismo, y a veces asociado a otros economistas de fama internacional, ha escrito profusamente sobre los desequilibrios macro de los países latinoamericanos y la forma de moderarlos o eliminarlos definitivamente.
El análisis de las combinaciones de política fiscal y monetaria que se efectúa en el mencionado manual parece haber sido interpretado de una manera totalmente errónea por parte los policy makers locales.
Posiblemente, el reemplazo de Gabriel Rubinstein por José I. De Mendinguren y Matías Tombolini, en las cercanías del ministro, haya impedido una lectura más lúcida que la que se observa, en la práctica, luego de observarse el violento giro «hawkish» del BCRA.
La extemporánea suba de tasas, en lugar de resultar antiinflacionaria, es en realidad un nuevo empujón a las expectativas de devaluación y descontrol de las variables nominales que se encuentran, si no prevalece la cordura en el elenco oficial, al borde de la espiralización.
La parsimonia y aparente desinterés por anunciar un conjunto de medidas que corrijan, o por lo menos disminuyan, el actual agujero fiscal, obliga a pensar que se está iniciando un ajuste clásico, al estilo de las recomendaciones del FMI de las últimas décadas.
Se trataría, obviamente, de una «seudo ortodoxia», ya que el peso de la política recaería, exclusivamente, en el remedio monetario, con ausencia de medidas fiscales.
Es el «falso monetarismo» que probaron todos los gobiernos, al menos desde Raúl Alfonsín en adelante.
La negación a tocar el gasto público, so pena de recibir el mote de «ajustador», ha conducido a los más variados exponentes de la «macroeconomía» local a intentar una corrección de los desequilibrios, por la vía de una suba de tasas y/o una promesa de disminución de la creación de oferta monetaria, sin obturar el conducto de la cual esta surge.
Los errores implícitos en esta política son múltiples. Dornbusch y Fischer prefieren política fiscal dura (bajar gasto) y monetaria blanda (tasas bajas). La combinación de inacción en materia fiscal con suba de tasas es estudiada y rechazada enfáticamente por estos autores.
Es aquí donde puede ya observarse claramente la similitud del «modelo» actual con el de Federico Sturzenegger, que fracasó sin atenuantes, tal como una correcta lectura de las herramientas utilizadas, hacía prever.
Durante el Gobierno de Mauricio Macri, se apeló al «gradualismo» porque existía un fuerte rechazo de la oposición de aquel momento a los poco vigorosos intentos de disminuir las erogaciones del sector público.
La falta de convicción de los entonces conductores de la economía nacional y el parcelamiento de su estructura, condujo a una política monetaria dura, sin ajuste del gasto público a la baja.
En el actual Gobierno, las razones para la copia de esa política, parece radicar en un componente más ideológico. Sobrevuela la idea de que el gasto público y el déficit fiscal, son lubricantes que «empujan» la demanda agregada y generan crecimiento.
El desborde cambiario/inflacionario reciente, en ausencia, por las razones expuestas anteriormente, de la herramienta del ajuste del gasto público, conduce a la única alternativa restante, el ajuste del gasto del sector privado (consumo e inversión).
Quizás sin proponérselo, y motivado por una mala lectura, fruto a su vez de la falta de profesionalismo de la cartera de Economía, se recurrió a subir aisladamente las tasas de interés.
Los resultados de esta medida, deberían ser:
*Inflación en ascenso. La nueva tasa, anualizada, duplica la deuda cada año. La falta de ajuste fiscal, aseguraría otro componente expansivo a la cantidad de dinero, por la vía del actual déficit.
*Este último debería acentuarse, puesto que las tendencias recesivas del remedio monetario deberían hacer caer la recaudación, aumentando el déficit y la emisión de dinero.
*La política cambiaria se tornaría rápidamente insostenible. El crawling peg no permitiría recuperar el atraso en el tipo real de cambio. Una brusca y no deseada (por el gobierno) devaluación asomaría nítida en el horizonte.
*El «ajuste», de este modo, lo pagarían los perceptores de ingresos fijos (asalariados, jubilados y beneficiarios de planes sociales) por la vía de una dilución del poder adquisitivo de sus retribuciones.
*La indexación a los índices de precios y al tipo de cambio oficial de la recientemente roleada deuda en moneda local, debería tornar más dificultosa su licuación. Para cobrar un determinado «monto» de impuesto inflacionario, a fin de equilibrar las cuentas, la tasa de imposición (la inflación) debería ser creciente y el peligro hiperinflacionario puede aparecer, primero tibiamente y luego, de continuar la inacción oficial, con furia y desborde apocalíptico.
La «otra» receta
Es inútil negar el atraso cambiario. Las mediciones por la vía del Tipo de Cambio Real Multilateral (TCRM), que a veces hacen presumir la inexistencia del desfasaje mencionado, se originan en que estas incorporan solamente la inflación presente, ignorando la reprimida y además, en el rezago de la política monetaria pasada, que algunos improvisados llaman inercial.
Si se debe «devaluar», de acuerdo a lo antedicho, toda la bibliografía recomienda subir las tasas luego de hacerlo. El engendro actual no tiene antecedente bibliográfico alguno.
La suba del Tipo de Cambio Nominal (TCN) es inútil si no se enmarca en un conjunto de disposiciones que implique un plan económico o, como mínimo, un miniprograma antiinflacionario.
Caso contrario, el traslado a precios del aumento de la divisa será bastante rápido, y no permitiría corregir el desajuste.
Se necesitan, entonces, herramientas deflacionarias que contrarresten, aunque sea parcialmente el pass throught (traslado a precios de la devaluación), caso contrario, todas las variables nominales subirían y el TCR quedaría inalterado.
Se torna urgente un programa de reformas estructurales que incremente la rentabilidad del sector productivo, disminuyendo el peso del «costo argentino».
Los cambios necesarios, para que se pueda generar un círculo virtuoso de crecimiento genuino de la producción, el empleo y los salarios, son compartidos por la mayoría de los macroeconomistas de renombre nacional.
Una enumeración escueta podría ser la siguiente:
*Reforma administrativa del Sector Público Nacional, provincial y municipal. Fuerte baja de gastos en los tres niveles.
*Reforma de la legislación laboral. Favorecer el empleo en desmedro de la conflictividad actual, que solo beneficia a la industria del juicio.
*Reforma monetaria, permitiendo la libre competencia de monedas.
*Reforma previsional. Eliminación de prestaciones no justificadas, creación de un complemento optativo de jubilación privada y adecuación de la edad de retiro a las posibilidades del sistema actual.
*Privatización o cierre de todas las empresas y organismos estatales. Su existencia solo beneficia a unos pocos y perjudica al pueblo trabajador.
*Privatización de la obra pública, mediante los diversos medios existentes para tal fin. Debe quitarse de manos corruptibles y/o dadivosas, el control de estos recursos.
La justificación teórica
El tipo real de cambio no es una variable nominal. Es una relación entre precios de bienes en mercados extranjeros y locales. Surge instantánea y conjuntamente de las decisiones de producción, inversión, consumo, exportación, etcétera, de millones de agentes económicos que anónimamente y sin proponérselo determinan simultáneamente el nivel de todas las variables que intervienen en los distintos procesos económicos.
Es por este motivo que resultan infructuosas las intenciones distributivas y de modificación de precios relativos efectuadas con voluntarismo y sólo apelando a variaciones nominales, puesto que el traslado a precios de las modificaciones propuestas vuelve a dejar las variables, luego de un proceso transitorio de ajuste, en el mismo nivel real anterior. Todas las variables aumentan, en un escenario ideal, en igual proporción, y nada cambia, en términos reales.
El determinante principal del TCR es el nivel general de costos de la economía que, a su vez, depende de la productividad agregada de los distintos sectores que la componen, y del costo de los factores que no dependen de las decisiones de producción como, principalmente, la presión impositiva total de la economía.
Domingo Cavallo, en su libro “Volver A Crecer” (1984), sentó las bases de un importante teorema económico: el gasto público (o igualmente, la recaudación impositiva, impuesto inflacionario incluido) es la inversa del tipo de cambio real.
Debe razonarse de la siguiente manera: la presión impositiva es un costo para las empresas mientras más alta sea, mayores serán los precios de los productos y servicios ofrecidos. Comparando estos mayores precios con los internacionales, puede observarse un menor tipo real de cambio. La inversa también es cierta: una disminución de la presión impositiva disminuye los costos y mejora el tipo de cambio.
La baja del déficit fiscal, acompañada de menor presión fiscal y reformas estructurales para bajar costos empresarios y hacer más rentable la producción, es el remedio para salir del estancamiento secular de la economía argentina y comenzar a recorrer el camino del crecimiento genuino con mejora de los indicadores sociales.
Hay tiempo, pero no debería desperdiciarse. El desborde social, si no se actúa con premura, puede aparecer más rápidamente de lo esperado.