Las dos caras de la Bolsa; ganadores y perdedores
El mercado bursátil puede considerarse una fuente inagotable de riqueza, pero también de pérdidas financieras. Todo lo que hay que saber
Los inversores profesionales ganan dinero consistentemente durante décadas en el mercado bursátil, incrementando paulatinamente sus fortunas personales y también las de aquellos que les confían la administración de sus ahorros. Por otro lado, sin embargo, es la fuente principal de pérdidas financieras para millones de personas en el mundo que tienen un manejo totalmente distinto de las carteras de inversión.
No existe ningún engaño ni ilegalidad en la actividad que perjudica a inversores incautos o poco informados, a los que suele motejarse como “dinero tonto”, en oposición a los ganadores, a los que se titula “dinero inteligente”.
Lo que realmente ocurre es que aproximadamente el 95% de los ahorristas y/o especuladores que operan en el mercado se auto inmolan, presos de la falta de consistencia de sus proyectos de inversión, aunque, en la mayoría de los casos, éstos ni siquiera existen.
Las presas preferidas por la “máquina de devorar incautos” son los entusiastas primerizos que, alentados por algún rumor, los comentarios de un “cuñado” o los cantos de sirena de los vendedores de cursos de “trading”, compran cualquier cosa a cualquier precio.
El “smart money” posee una porción ampliamente mayoritaria de los paquetes accionarios que cotizan en los Mercados de Valores. Sus titulares, sin embargo, se estiman solamente en un 5% de todos los actores del sistema.
La manera de “desconcentrar” las tenencias no es otra que brindar educación financiera de calidad a los estudiantes en edad escolar, materia inexistente en la mayoría de los currículos de todo el mundo. Es esencial que se comprenda que para tener éxito en conservar y/o incrementar el valor del dinero acumulado, es necesario convertirse en un experto o, en caso contrario, contratar a uno de ellos, para que los administre profesionalmente.
Las ingentes y desmoralizadoras pérdidas, en las que incurren la mayoría de los “inversores” aficionados, los llevan a odiar al mercado y a difundir la errónea idea de que se trata de una especie de casino, donde los tahúres de la banca se quedan con los ahorros de la gente.
Caso de autoculpa
Una buena descripción de la autoculpa, de los propios perjudicados, al incurrir involuntariamente en groseros errores de administración de sus ahorros, puede encontrarse en una aguda advertencia de Peter Lynch, en su conocido libro “Un paso por delante de Wall Street”. Dice, textualmente, “Nunca inviertas en la Bolsa, es tu peor alternativa. Lo que debes hacer es comprar empresas excepcionales y mantenerlas en cartera durante muchos años, viendo como tus ahorros se multiplican por 50, 100 o 500 veces”.
Se retiró muy joven, a disfrutar de las inmensas riquezas que acumuló en su hábil carrera como inversor profesional, por lo que sus consejos no pueden ser ignorados si se quiere triunfar en este difícil “arte” de crear valor.
Describe, inteligentemente, al inversor promedio, como alguien poco informado, que actúa sin profesionalismo ni asesoramiento y que espera, al adquirir paquetes accionarios, ingenuamente, que siempre habrá algún “tonto” más tonto que él, que pague más por lo que ha comprado. Es así como suelen determinarse, algunas veces, precios sin sentido, alejados totalmente de la realidad financiera de las empresas emisoras de estos títulos.
Una frase muy popular de Warren Buffet dice que la Bolsa “es ese lugar donde el dinero de las personas impacientes es devorado por las pacientes”. Los primeros son los que tienen un sólido proyecto de inversión y los segundos, los que especulan sin método ni valoración previa.
Los esquemas de inversión de los más exitosos administradores de cartera o estudiosos y/o prolíficos escritores sobre la materia, como los dos citados anteriormente, a los que se podría agregar muchos otros, como Charlie Munger, Philip Fisher, André Kostolany, Benjamín Graham, Pat Dorsey, Jesse Livermore, Stan Wenstein, Aswath Damodaran y un largo etc., cada uno con su propio lenguaje y con diferentes grados de diversificación, se basan en una exhaustiva investigación previa, de las empresas que, posteriormente, se adquirirá.
En términos de Warren Buffet, se debe invertir con “criterio empresarial”. Si se observa con atención, es fácil advertir la coincidencia con lo dicho por Peter Lynch: “no inviertas en la Bolsa, hazlo en empresas excepcionales”.
Lynch llama multi-baggers a las compañías que selecciona para su cartera de inversión. Una 20-bagger, en su lenguaje, es aquella que está destinada a multiplicar su precio, obviamente, 20 veces. Una 500-bagger, sería una formidable empresa que llega a valer 500 veces su costo.
Otros autores, prefieren hablar de “compounders”. Se denomina así a un buen negocio, predecible y con una capacidad de crecimiento y continuidad inmejorable en el largo plazo.
Comprar acciones de moda, o por consejo de un amigo, sin evaluar la relación existente entre el precio de mercado y el “valor justo” de la empresa adquirida, es un camino seguro hacia la ruina financiera.
Inversor profesional
Los inversores profesionales distinguen claramente valor y precio. Warren Buffet suele decir, “precio es lo que pagas y valor es lo que obtienes”. Es una bella definición.
Es muy apreciada, también, la idea de que el mercado, a diario, “vota”, determinando un precio, mientras que, en el largo plazo, “valora”, borrando las transitorias inconsistencias entre ambos y anulando burbujas o subvaluaciones. Es cuestión de comprar buenas empresas a buenos precios y esperar todo el tiempo que sea necesario para obtener lo que se cree que vale lo que se compró. Es esa la premisa de estos grandes inversores.
Para estimar el justo valor de una compañía, se valen de criterios matemáticos no demasiado complejos. Una forma muy común, trata de calcular las probables utilidades que una empresa obtendrá en los próximos años (suele utilizarse un máximo de diez) y procede luego a traer al presente esas utilidades futuras mediante el método de descuento de flujos futuros.
Hay que calcular cuánto valen hoy cada uno de los flujos futuros anuales y luego sumarlos y dividirlos por la cantidad de acciones que componen el capital de la empresa
En términos sencillos, no es otra cosa que calcular cuánto valen hoy cada uno de los flujos futuros anuales y luego sumarlos y dividirlos por la cantidad de acciones que componen el capital de la empresa analizada. Se obtiene así, el valor justo por acción.
Este cálculo se basa en la premisa de que una suma de dinero hoy vale más que la misma suma de dinero en un período futuro cualquiera. Esa mayor cuantía está determinada por el “costo de oportunidad”, que sería algo así como el rendimiento que podría obtenerse en inversiones alternativas con el más bajo riesgo de mercado.
Valor presente
Una buena aproximación, entonces, en los países del primer mundo, consiste en “descontarle” a los flujos estimados futuros, la tasa de interés de los bonos del Tesoro americano, por tantos años, como estén éstos alejados en el tiempo. En países como la Argentina, es necesario hacerlo con una tasa muy superior. La que mejor podría aproximarse a una justa valuación podría ser el índice de riesgo país·
Allí se origina, indudablemente, el irrisorio valor que le asigna actualmente el mercado a las empresas argentinas. Utilidades bajas, por la alta presión impositiva, laboral, regulatoria, etc. y tasa de descuento elevada, por las conocidas inconsistencias de la política económica de los últimos años.
Un corolario obvio indica que un próximo gobierno en la Argentina, que efectúe reformas estructurales procrecimiento y que reduzca la presión fiscal sobre las empresas, tendría como resultado una “doble Nelson”. Por un lado, incrementaría las ganancias futuras (el numerador) y, por otro lado, disminuiría el riesgo país (el denominador). El resultado, podría arrojar algo así como un valor diez veces superior al actual.
Invertir ahora, en un punto de valorización del mercado (el precio), inusitadamente bajo, con respecto al probable “valor justo futuro” puede ser una fuente de ganancias sustanciosas en el futuro. Debe recordarse que el mercado no espera que ocurran los hechos, sino que siempre se anticipa, “priceando” las expectativas, mucho antes de que estas se concreten.