El 3 de julio de 1933 nos dejaba Hipólito Yrigoyen
Fue el primer presidente en intentar la conciliación entre el capital y el trabajo. Hasta ese momento todo conflicto social era considerado perteneciente a la órbita policial. Defendió incansablemente la soberanía contra el avance de las potencias extranjeras en la gran tierra latinoamericana. Gobernó dos veces el país, en ambos casos con minoría partidaria en el Senado, y sólo en el segundo mandato con mayoría en Diputados. Esto impidió la concresion de innumerables proyectos que veían imposibilitada su aprobación, por la oposición destructiva de sus contrarios.
Sufrió la desaprobación tanto de las clases dominantes heridas por su política social, como de un por demás intransigente movimiento obrero dominado por ideologías antinacionales. Eran épocas en las que los trabajadores provenían en su gran mayoría de países europeos devastados por las consecuencias de la Gran Guerra. Todavía no había comenzado la migración interna, que marcaría la década del treinta, y que daría base de sustento al peronismo.
Fue despuesto por un golpe militar el 6 de septiembre de 1930, el primero de una larga lista que tendrían lugar durante el convulsionado siglo XX. Después de su derrocamiento, ya enfermo, fue detenido y confinado a la Isla Martín García.
Falleció en Buenos Aires el 3 de julio de 1933; acompañado a su última morada por una de las manifestaciones espontáneas más masivas y sorprendentes de la historia de nuestra nación.
Muchos de los que contribuyeron al apresurado final de su última presidencia, luego de su desaparición se darían cuenta de que el «viejo» no era tan mal gobernante. Ya era tarde. La conducción de las grandes mayorías había quedado acéfala.