El análisis de un engaño criminal
“Hoy las dictaduras mediáticas pretenden suplantar a lo que 30, 40 años atrás hicieron las dictaduras militares. Son los grandes grupos económicos los que usan a los medios y deciden quién tiene o no la palabra, quién es protagonista, quién es el antagonista.”.
Aram Aharovian. Periodista venezolano, fundador del canal latinoamericano Telesur.
En la columna periodística de investigación, que el lector tiene en sus manos, entendimos que era necesario aportar información confidencial de las Fuerzas Armadas, utilizada para “formar” a los soldados y estamentos intermedios, con el objetivo de entrenarlos comunicacionalmente contra los subversivos”.
Ya en nuestro libro de investigación periodística-histórica:“Conspiración comunicacional en gobiernos de facto”, publicado por la Universidad Nacional de Rosario, dimos a conocer los mecanismos mediante los cuales los gobiernos y los medios de comunicación se ponen de acuerdo para que a la hora de jerarquizar la información, se dé cabida a aquella que favorezca los postulados, pensamientos e intereses del Estado al que pertenecen y no del gobierno, ya que este último se basa en corrientes políticas y cada medio de comunicación apoya a una.[1]
Para cumplir con su objetivo, las fuerzas armadas utilizaron “Cuadernos de instrucción”, los que las áreas de inteligencia militar del Ejercito, la Marina y la Fuerza Aérea hicieron circular en los cuarteles desde 1971 hasta “bien entrada la década del 90”, según nuestro entrevistado, el licenciado en psicología Marcelo Ghiraudo.[2] El especialista indicó que el trabajo que nos ocupa “se trata de una serie ordenada de cuadros explicativos que requieren un orientador para ser comprendidos e impartidos. “Ello implica –continúa el entrevistado- que no sirven para la autoformación ni para el cultivo individual de los destinatarios, sino más bien, constituye una ayuda memoria del dictante”.
El profesional, mientras fuma su enésimo cigarrillo con fruición mientras es objeto de esta entrevista, acota: “Un aspecto muy común de este tipo de textos, es la tendencia a reducir problemas complejos a sencillos esquemas de educación moral” y agregó en medio de una voluta e humo mientras el mismo se diluía en el patio del instituto educativo donde dialogábamos: “Podría decirse que no existe un adoctrinamiento moral, y eso es cierto. El problema aquí no reside en que el tipo de adoctrinamiento sea “moral”, sino que la guía de referencia fue un compendio de errores teóricos, una clasificación sobredimensionada de falacias y, en ese sentido, lo cuestionable es que este tipo de “educción moralizante” se convierte en un acto político legitimador. Peor aún, plagado de errores de razonamiento”.
“En la primera parte –continúa Ghiraudo- el instructivo no difiere en nada de los manuales que durante la “guerra fría” los países del Primer Mundo repartieron a las Fuerzas Armadas de los países periféricos de ambos lados de la ya inexistente cortina de hierro” y de ello surge para el autor que de esta manera queda claro que se da por sentada la existencia concreta de valores inmóviles y trascendentes que el entrevistado sostiene “no han sido explicados ni se saben ciertos, más que por los autores del libelo”.
El cuaderno busca poner blanco sobre negro una situación calificada como de guerra en la que, obviamente, debe haber dos bandos: uno es el que conformaban los seguidores de una cierta categoría de sujetos perteneciente al “tipo argentino” que por definición arbitraria de Ghiraudo encarna “el modo de vida argentino” y otros que impiden la realización de esta “deriva natural hacia el tipo ideal”, último grupo al que se le niega “la pertenencia al conjunto y se lo muestra como un agente extraño, llegado de otra galaxia, de modo que su eliminación queda eximida de cualquier consideración ética o moral”, según la opinión del interlocutor del autor.
En la segunda parte del conjunto de imágenes que conforman el cuaderno se introducía al destinatario del “curso” se habla de un componente ideológico y en él “se hace –apunta Ghiraudo-, una verdadera militancia de la ignorancia y un abuso grosero del recurso patriótico, que parece responsabilizar a Dios de las burradas cometidas y por acometer por parte de las bandas organizadas que asaltaron el Estado desde 1955”.
En un momento de la charla con el entrevistado, los dos cómodamente instalados en uno de los ángulos rectos del patio del instituto educativo donde se desarrolló la misma –una excusa para que Ghiraudo pitara sus cigarrillos sin joder a nadie con el humo más que al autor y de paso para que nadie osara interrumpirnos- a pedido de quien esto escribe helenizó sus consideraciones, encontrando en cada párrafo una falacia ad verecundia, donde se recurre al “prestigio” de la divinidad o la entidad abstracta “Patria”, indistintamente, para justificar cuestiones en la que ni Dios ni la Patria tienen injerencia ni responsabilidad. En definitiva, un verdadero compendio de vaguedades sin valor alguno que ni siquiera resultaba dañino en el grado que sus organizadores hubieran querido. Flaco favor le hicieron los autores del cuaderno a sus superiores asesinos, ya que el compendio “no logra conmover ni una baldosa y se mostró inútil para ayudar a pensar claramente”, según el psicólogo.
Los “intelectuales” que escribieron los pasquines-cuadernos “deben estar en estas horas rascándose la cabeza para encontrar una veta comunista a los componentes de la resistencia iraquí o alguna roja inspiración a los nacionalistas de palestina que se inmolan todos los días”, subrayó Ghiraudo mientras hacía el ademán de rascarse su cráneo.
“No la pegaron ni siquiera en una –continuó con su discurso- para acotar sin detenerse con su ronca voz: Los Tupamaros gobernaron el Uruguay con recetas liberales; el allendismo hizo lo propio en Chile sin cuestionar un párrafo la doctrina de Chicago y hasta Raúl Castro lo dejo a Bus a la izquierda, cuando planteó en el parlamento cubano una nueva ley de impuestos”.
“De hecho, las aburridas víctimas de los mentores de los cuadernos, esto es soldados conscriptos, suboficiales y la oficialidad joven, junto a civiles colaboradores que eran –a veces, invitados a las charlas en las sedes de los comandos, entre ellos el de Rosario-, terminaron sus vidas viendo caer el comunismo real por su propia inconsistencia, a los moscovitas hacer dos días de cola para comer un panchito en Mc Donald, en pleno Moscú y en el más patético de los casos, añorando la Guerra Fría, ya que entonces tenían un enemigo y sus agentes infiltrados con quien pelearse”.
Ghiraudo, dcon estas últimas apreciaciones pretendió exponer indirectamente que cuando ingresaban los primeros días los colimbas a los cuarteles, eran apabullados con arengas y presuntuosas charlas ideológicas llenas de principios simples con presupuestos erráticos, cuyo objetivo era polemizar sobre cuestiones estratégicas y justificación moral. Las fuerzas militares justificaban ese accionar remarcando que era parte de un proceso legitimador y desatanizador de las mismas, aunque sus ocasionales destinatarios no pudieran entenderlos, ya que no estaban básicamente formados en lo intelectual. Es más, algunos empezaban a conocer el cepillo de dientes y el inodoro dentro del regimiento donde corrían, limpiaban y barrían.
Con el tiempo, muy breve por cierto, el “amadrinamiento”, término con el que se conocía entre los oficiales jefes a las charlas ideológicas, pasó a ser responsabilidad de los oficiales comunes y cuando estos se “hinchaban” de repetir siempre lo mismo con las nuevas camadas de colimbas, le tiraban la responsabilidad a los suboficiales y estos últimos, para irse de franco, les pasaban la pelota a los soldados más calificados, últimos orejones del tarro que se quemaban las pestañas tratando de entender los textos y las imágenes para poder transmitir sus conocimientos a los soldados.
El lector podrá, a estas alturas, imaginar la desesperación del soldado más despabilado que el resto haciéndose eco de técnicas chinas de desologización planteadas “al uso nostro” en el interior de los cuarteles, mientras sus superiores, de franco, disfrutaban de sus familias, comilonas y abundante bebida en reuniones con “gatúbelas”.
Obviamente, los soldados argentinos no podrían llegar nunca a entender que se los estaba introduciendo en una lucha mortal y menos podrían llegar a comprender que la misma no sería política, sino ideológica.
Ghiraudo me hizo notar que la última cuarta parte de imágenes de las que se nutría el cuaderno que le tocó analizar, tenía por objeto exponer la guerra revolucionaria. Las primeras ¾ pretendían justificar la defensa nacional a través de un ejército popular.
Lo antedicho venía anudado a un complemento que los ideólogos del sistema entendían insustituible:
[1] Marconi Ricardo. Agenda Setting: la alianza tácita. Pág. 51. En el capítulo “Terminología comunicacional-psicología a la medida de los golpes de Estado”, se aporta, de manera exclusiva, la utilización de una determinada terminología “… para facilitarle a las Fuerzas Armadas –según el entrevistado-la obtención de determinados objetivos”.
[2] El psicoanalista referido –ya fallecido-, en una entrevista especial para este trabajo, se explayó minuciosamente sobre los cuadros explicativos que el autor puso a su consideración, resultando de ello una exposición del especialista, entendemos, rica y abundante, en apreciaciones sobre un trabajo -hasta el presente- desconocido para los no estudiosos del tema y, -hasta nos animamos a decir-, también para los seguidores de la cuestión, ya que, entendemos, es la primera vez que se ofrece un bloque de imágenes y textos completo sobre la cuestión, en razón que se nos ha indicado que hay circulando mínimamente, sólo elementos esparcidos e inconexos de dichos “cuadernos”.