La alquimia globalizadora y los gurúes del poder

En el inicio de esta tercera parte del análisis del Nuevo Orden Mundial recalcaremos que una gran porción de la opinión pública de nuestro planeta da por entendido que los gobiernos angloamericanos están aferrados a un compromiso de franca actitud contra las dictaduras, el terrorismo, la violación de los derechos humanos y contra las permanentes amenazas de producir una crisis nuclear de la que nadie ganará.

También tenemos que apuntar que en la presente columna seguiremos profundizando en los experimentos siniestros en lo que se involucró Henry Kissinger en la jurisdicción sectaria que implicó la muerte de seres humanos por millares y la destrucción social y económica de vastos territorios.

Debemos dejar claro, por cierto, que no es nuestro objetivo defenestrar a un ex funcionario de manera específica. Sólo nos limitamos a exponer en esta columna información pura, en el marco de las influencias que han tenido en el orbe determinadas sectas, así como la participación, en ellas, de personalidades de primer nivel del mundo entero.

La Teoría de la conspiración –a modo de ejemplo-, de la muerte de Kennedy dice que hubo pruebas ocultadas por agentes de la CIA y el FBI; otra teoría asevera que el 74 % de la sociedad norteamericana y de otros países, que la Casa Blanca hizo, de manera casi permanente, operaciones encubiertas para lograr un Nuevo Orden Mundial o como se designa entre especialistas: conducir la globalización a través de organismos como la NSA o la Red Echelón.

No son pocos los especialistas que afirman que otra de las intenciones es la de propender a la conformación de una policía global e, incluso, se explican hechos extraños mediante la distorsión de métodos científicos, así como de la historia de las civilizaciones, argumentando respuestas plausibles mediante la utilización de “historias a medida” para evitar ataques a quienes forman parte de la elite o para evitar responder concretamente a construcciones políticas, llenas de enigmas o de falta de explicaciones razonables, mediante el mecanismo del rechazo a las investigaciones académicas libres.

Incluso, en determinados casos se busca limitar razonamientos mediante la imposición de dogmas y mistificaciones.

Kissinger el eslabón perdido de la Guerra Fría

Suponer que la relación de Kissinger, con sociedades secretas de poder fueron casuales, es desconocer su talento pragmático para moverse en las sombras, haciendo creer a sus interlocutores que es un espíritu noble.

No son pocos los que estiman que en realidad fue una especie de incubador de huevos de serpiente que precedió al montaje del Nuevo Orden Global. Incluso, otros especialistas en política internacional consideran que ha sido el ideólogo de estrategias bélicas que se implementaron en el Sudeste Asiático.

Ya nadie duda, de las teorías que afirman que las corporaciones de inteligencia estratégica y las sociedades secretas conforman “la comunidad del poder global”. Son las que utilizan a cofradías progubernamentales que entornan al sistema global de espionaje.

Kissinger, se entremezcló como un componente de los Neo Illuminatti, en el contexto de una logia rockefelleriana, en opinión de los estudiosos de las sectas, a la vez que habría tenido conexiones con el club Bilderberg. A aquellos que aseveran lo dicho, el ex funcionario los acusa de antisemitas.

En estas columnas, sobre el Nuevo Orden Global, ya hemos adelantado documentos desclasificados en los que EE.UU obvió violaciones de derechos humanos de la dictadura militar argentina, de las que habría tomado conocimiento el exsecretario de Estado, miembro de la Comisión Trilateral, el Club Bilderberg y del C.F.R.

Documentos desclasificados y publicados por la National Security Archive [1]exponen sin tapujos que en octubre de 1976, Kissinger y calificados funcionarios estadounidenses dieron respaldo a los generales argentinos y los alentaron para terminar la represión antes que el Congreso redujera la ayuda militar.

Los memorándums entre el ministro de Relaciones Exteriores, almirante César augusto Guzzetti y el secretario y subsecretario de Estado permiten corroborar que Kissinger dio luz verde a la Guerra Sucia.

En esos momentos, el Congreso norteamericano estuvo a punto de aprobar sanciones contra el régimen argentino.

Durante el encuentro con Guzzetti, el 7 de octubre de 1976, el secretario de Estado interrumpió el informe del militar argentino para señalar: “Mire, nuestra actitud básica es que nos gustaría que triunfen. Tengo una posición anticuada que los amigos deben ser apoyados. Lo que no se entiende en los Estados Unidos es que ustedes tienen una guerra civil. Mientras más rápido triunfen mejor. El problema de los derechos humanos está creciendo. Deseamos una situación estable”.

Luego Kissinger agregó: “No les causaremos dificultades innecesarias. Si ustedes pueden terminar antes que el Congreso vuelva, sería lo mejor”.

Veinticuatro horas antes, el 6 de octubre de 1976, el secretario de Estado interino Charles W. Robinson había señalado al almirante Guzzetti “es posible comprender la necesidad de ser duros” y seguidamente remarcó la “cuestión de cuando relajar las medidas de contra revolución excesivas” antes que Congreso de EE.UU votara sanciones contra Argentina.

Contraste

El contraste de lo expuesto fue subrayado desde septiembre de 1976 por el embajador estadounidense en nuestro país, Robert Hill, quien bajó instrucciones del Departamento de Estado, las que tenían que ver con una media docena de ciudadanos estadounidenses que, al parecer, habían sido torturados y muertos.

Los militares no hicieron caso a las advertencias de Hill e intentaron desviar la cuestión argumentando que “la preocupación principal del gobierno de EE.UU no eran los derechos humanos, sino que el argentino terminara rápido”.

El 19 de octubre de 1976, tras el encuentro en Estados Unidos entre Guzzetti y Kissinger, Hill escribió en su despacho de Buenos Aires que “difícilmente podría hacer gestiones sobre derechos humanos si el ministro de Relaciones Exteriores de Argentina no escuchaba el mismo mensaje de parte del secretario de Estado.

Es que Guzzetti le había dicho que si la problemática terrorista se acababa para diciembre o enero, él (el secretario) es evitar problemas. Estaba convencido que se podrían generar problemas en territorio norteamericano.

El secretario de Estado Asistente para Asuntos Interamericanos Harry W. Shlaudeman, que había participado en las reuniones con Guzzetti, respondió a Hill en nombre de Kissinger: “Tal como en otras circunstancias que sin duda usted ha encontrado en su carrera diplomática, Guzzetti escuchó lo que quería. Se le dijo en detalle cuán fuertemente ha reaccionado la opinión de este país en contra de informes de abusos por las fuerzas de seguridad en Argentina y la naturaleza de la amenaza que esto supone a los intereses argentinos. El gobierno de EE.UU contempla seriamente los compromisos internacionales de Argentina para proteger y promover los derechos humanos fundamentales. No cabe duda al respecto…”.

En agosto de 2002, en el marco del Proyecto de Desclasificación de Argentina, del Departamento de Estado, fueron dados a conocer los “memcons” –como se denominaban a los memorándums aludidos-, que no se encontraban entre los 4.700 documentos hechos público por el National Security Archive.

En el paquete desclasificado figuran dos cables del embajador Hill informando sobre los esfuerzos inútiles concretados ante Guzzetti y el presidente Jorge Rafael Videla sobre derechos humanos, a lo que se agregaba un análisis de inteligencia del Departamento de Estado sobre prácticas contrasubversivas de militares argentinos. También se agregó el testimonio de una norteamericana torturada[2].

[1] Nº 104.-

[2] Kissinger y el genocidio de la dictadura militar argentina.Carlos Osorio y Kathleen Costar.

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Ricardo Marconi

Licenciado en Periodismo. Posgrado en Comunicación Política. rimar9900@hotmail.com