Kate y Guillermo se casaron
Ante los ojos del mundo, el príncipe Guillermo y Kate Middleton dieron el sí en la glamorosa boda real que transcurrió en la milenaria abadía de Westminster. Luego se trasladaron ante miles de seguidores por las calles de Londres hasta el Palacio de Buckingham. Desde el balcón, salieron a saludar y llegó el beso tan esperado.
Tras meses de preparativos y de revuelo mediático, hoy finalmente el príncipe William, número dos en la línea de sucesión al trono británico, dio el sí pasadas las 7.17 de Argentina y se casó con la plebeya Kate Middleton.
A partir de las 11 de la mañana (las siete en Argentina), comenzó la misa con todas las miradas puestas en la novia. Kate, de 29 años, conoció al príncipe hace más de diez cuando ambos eran estudiantes en la universidad escocesa de St. Andrews. Hasta último momento, su vestido fue el secreto mejor guardado.
Fueron declarados marido y mujer el viernes, mientras un millón de personas se congregaban en las calles de Londres y unas 2.000 millones de personas seguían la ceremonia alrededor del mundo, según cálculos.
Unos 1.900 invitados asistían a la ceremonia, incluyendo el astro del fútbol David Beckham y el cantante Elton John.
Kate Middleton arribó a la abadía a bordo de un Rolls-Royce con un vestido de manga larga diseñado por Sarah Burton, directora de la casa de moda Alexander McQueen.
La novia caminó hacia el altar con la melodía “I was glad”, de Charles Parry.
A la boda sistieron 1.900 personalidades de la aristocracia, la política, el mundo del espectáculo y el deporte, incluyendo el astro del fútbol David Beckham y el cantante Elton John. En los primeros bancos se sentarán, entre otros, la abuela de William, la reina Isabel II; su marido, el príncipe Felipe; el heredero, el príncipe Carlos y su esposa Camila, así como el hermano del novio, el príncipe Harry. Separados, tomarán asiento los padres de Kate, Carole y Michael Middleton, y su hermana y testigo Pippa.
Sin obediencia debida. Después del «sí» en la Abadía de Westminster, el programa continúa con un recorrido nupcial en carruaje hasta el palacio de Buckingham, donde los ya esposos se darán el esperado beso. Y lo harán desde el mismo balcón donde se dieron el beso Carlos y Diana el día de su boda.
Al igual que Diana, Kate romperá con una antigua tradición, y a diferencia de la reina Isabel II, la princesa Margarita o la princesa Ana, no prometerá «obediencia» a su marido, sino que se comprometerá a «amarlo, consolarlo, honrarlo y cuidarlo».
Además, como William rechazó llevar un anillo, sólo será él quien pronuncie, en inglés antiguo, «con este anillo os desposo». Una vez que Kate tenga el anillo de oro en su dedo anular, el arzobispo de Canterbury, Rowan Williams, los declarará «marido y mujer».
Tanto el príncipe como Kate se mostraron profundamente conmovidos por la aceptación pública de su boda, y agradecieron «la calidez» que han recibido desde el anuncio de su compromiso, según ellos mismos escribieron ayer en un mensaje.
Cientos de fans acamparon desde el miércoles ante la abadía para asegurarse ver a los novios, mientras frente al palacio de Buckingham pululaban curiosos y equipos de televisión de todo el mundo. El mismo príncipe William visitó anoche a la gente que acampaba en los alrededores de Buckingham. A la tarde también había pasado por ahí Camila, la esposa del príncipe Carlos.
Desayuno para resacas. Tras la ceremonia en la Abadía de Westminster, la reina Isabel II ofrecerá una recepción para 650 invitados. Dada la cantidad de gente, se servirán sólo canapés fríos y calientes. Y no serán muy grandes. Parece que, por reglas de etiqueta, el truco es poder comerlos en dos bocados.
Después de esta recepción, la reina Isabel y el duque de Edimburgo no asistirán a la fiesta posterior que ofrecerá el padre del novio, el príncipe Carlos, según confirmó ayer el palacio de Buckingham. Ella y su marido «partirán para pasar un fin de semana privado», dijo un portavoz.
De esta manera la monarca se perderá no sólo el baile y el ambiente, sino que además no podrá escuchar el discurso de uno de los testigos, su nieto el príncipe Harry, ni del padre de la novia, Michael Middleton.
Harry, famoso por sus escándalos, se había impuesto moderación en el discurso sobre su hermano, argumentando que «la abuela estaría» escuchando. No obstante, parece que se enteró a tiempo de la ausencia de la reina y se prepara para una noche larga. Según los diarios británicos, ha pedido un «desayuno para resacas» a las seis de la mañana.
Un matrimonio bajo las luces y las sombras de Lady Di
Llegar a Gran Bretaña a mediados de septiembre de 1997 era cualquier cosa menos una invitación a una fiesta. Uno se bajaba del avión con esa ansiedad de conocer la tierra de Shakespeare, Byron, los Beatles y los Stones. Pero en cambio se encontraba con un país en pleno luto, inundado de tributos y cabezas gachas.
Ya habían pasado dos semanas de la muerte de Lady Di, y la tristeza seguía en las calles. Los miles de ramos de flores que se apilaban a la entrada del palacio de Kensington no se habían marchitado. Y los pequeños mensajes manuscritos, borroneados por la lluvia, todavía podían leerse: “Estarás por siempre en nuestros corazones”. “Cambiaste nuestra vida”.
Es imposible separar la boda de hoy entre el príncipe William y Kate Middleton del impacto y la sensibilidad que causó la temprana muerte de Diana. Por eso este casamiento es mucho más que el gran espectáculo de una familia real que busca recuperarse de múltiples deslices.
Toda la boda estará teñida por el recuerdo de la princesa que vivió rápido y murió joven. Y es que ningún matrimonio real volvió a ser visto de la misma manera en Europa después del culebrón de Carlos y Diana. William, además, tiene muchas de las virtudes que los ingleses admiraban en su madre: sencillez, sentido del humor y ser muy “down-to-earth” (con los pies sobre la tierra).
La figura de Diana se proyecta ahora como una luz y una sombra sobre la nueva pareja. En principio William es querido y respetado como “el hijo de”, y simplemente por eso también confían en que haya elegido a Kate Middleton.
Por otro lado, la tormentosa historia de sus padres le impone un corset de presiones: se supone que él y su esposa tendrán un matrimonio estable, de bajo perfil, que no caerá en el juego de la prensa sensacionalista. Se supone que llevarán una vida sencilla, acorde a los tiempos de recesión que corren, y que jamás generarán ninguno de los escándalos que golpearon a los Windsor. Se supone, también, que tendrán un buen “approach” con la gente, y en ese sentido siempre serán comparados con Lady Di.
Pero tal vez las expectativas sean demasiado altas para una historia que recién comienza. Quizás aquellas características que hicieron querible a Diana —desde el desparpajo hasta cierta fragilidad— nunca puedan aparecer en William y Kate, tan atados como están al prototipo de pareja perfecta que se espera de ellos. (La Capital)