El BCRA quiere recuperar la confianza en el peso de ahorristas e inversores
Comienza hoy a operar a pleno la nueva política monetaria y cambiaria
Con la confirmación de la ampliación del programa con el Fondo y del adelantamiento de los desembolsos al 2019, el Gobierno se ocupó de presentar y comenzar a implementar (ver aparte) la nueva política monetaria y cambiaria. Más allá de la estrategia de intervención, la clave sigue centrándose en la recuperación de la confianza en el peso de los ahorristas e inversores. En realidad, una vez despejada la incertidumbre sobre el riesgo de default en 2018 y en 2019, el ojo del huracán continúa encapsulado en la batalla cambiaria. Todo el optimismo oficial pende de que el actual nivel del tipo de cambio real sea, no solo lo suficientemente desalentador para las decisiones de atesoramiento de dólares (y en menor medida de turismo) sino lo más atractivo posible para que los «dolarizados» decidan ir desprendiéndose de su atesoramiento de los últimos años. Por lo tanto, todo se resume en la imprescindible recuperación de la confianza y credibilidad en el Gobierno y en su eficacia en la implementación de la nueva política económica pactada con el Fondo. Sin el retorno de la confianza no hay salvataje ni blindaje que compense la falta de pericia. De modo que es clave que los movimientos del tándem Hacienda-BCRA transmitan idoneidad y convicción, evitando por demás los ruidos innecesarios. Ahí juega un rol preponderante tanto la comunicación de las medidas como la su implementación.
Las divisas que llegarán desde las bóvedas del FMI tendrán como destino, a pesar que el dinero es fungible, cubrir los vencimientos de deuda y parte del déficit fiscal. De modo que la intervención del BCRA será con sus propia posición de reservas netas, que precisamente, no es holgada. Claro que el Tesoro «colaborará» con la venta de los dólares prestados por el FMI para el déficit fiscal, mediante subastas, para evitar el síndrome Lebac. Por ello desde el BCRA se ocuparon de convalidar su optimismo sobre el éxito de la nueva política en el hecho de que parten de un nivel de tipo de cambio real muy competitivo. Cierto es, que el límite de la zona de no intervención, o sea los $44 nominales, es equivalente al tipo de cambio real que regía entre 2008 y 2009, y resulta casi un 23% superior al promedio histórico de largo plazo que, según estimaciones privadas ronda los $36. Es más, lo que podría considerarse el centro de la zona de no intervención ($34-$44) es muy similar a dicho promedio.
Pero amén de los diferentes cálculos sobre la paridad teórica de equilibrio es indudable que el actual nivel del tipo de cambio real debería augurar que el ajuste del sector externo comenzará. Donde además de la esperada caída en las importaciones ante el menor nivel de actividad doméstica (recesión) todos los cañones apuntan a derrumbar el atesoramiento y el gasto en turismo al exterior, ya que no se esperan cambios sustanciales por el lado de la oferta natural de divisas en el corto plazo que nutran el mercado cambiario. Por lo tanto, suponiendo que el atesoramiento y el turismo retroceden naturalmente, la apuesta está por el lado de la vuelta, de parte, de los dólares que fueron atesorados en la era Macri que ascienden a u$s53.000 millones.
Hay que recordar que a lo largo del 2016 el nivel de atesoramiento se mantuvo en torno a los u$s830 millones promedio mensual, el año pasado pasó a u$s1.846 millones y en lo que va del 2018 a u$s2.850 millones. Y en los años del Cepo el promedio mensual fue u$s250 millones en 2014 y u$s600 millones en 2015. Otro tanto ocurrió con el gasto en turismo. Ambos canales de la demanda fueron claves en la presión sobre el mercado cambiario. Si el sector privado se convence de que el dólar «está caro» (siempre y cuando siga acompañando a la inflación futura) y es momento de vender por decisión especulativa o por necesidad de fondos, el BCRA habrá conseguido su cometido cambiario.
Cabe plantearse, cuántas cosas se hicieron mal, ya que a lo largo del 2016 y en gran parte del 2017, cuando el Gobierno gozaba de una credibilidad y confianza casi plena de los mercados, los ahorristas seguían atesorando. Semejante nivel de atesoramiento es casi el programa ampliado obtenido del Fondo. O sea, el país tenía esos recursos internamente, sin necesidad de ir a buscarlos, en peregrinación a la «virgen de Washington». Si el Gobierno, que tuvo más de dos años de luna de miel, tomaba el toro por las astas y miraba más allá de las elecciones del 2019, seguramente no tendría que haber recurrido a un salvataje ortodoxo. Quizás, con una red contingente con el Tesoro de EE.UU. o la Fed, hubiera sido suficiente. Pero ya está, y ahora, siempre y cuando se cumplan las metas fiscales, todo depende del accionar del torniquete monetario y que las intervenciones cambiarias convenzan al mercado. (Ámbito)