La crisis nuclear de Japón exige un cambio
El accidente nuclear de Fukushima I ocasionado por el terremoto de la costa Pacífico de la región de Tohoku (como lo denominó oficialmente la Agencia Meteorológica de Japón) se agrava con el correr de las horas, haciendo imposible prever qué sucederá. Explosiones en los edificios que albergan los reactores nucleares, fallas en los sistemas de refrigeración o liberación de radiación a la atmósfera con el consecuente incremento de niveles de radiactividad hacen que las palabras del comisario europeo de Energía, Guenther Oettinger, quien describió la situación como apocalíptica, no suenen tan descabelladas.
En Alemania, la canciller Angela Merkel tras reunir un gabinete de crisis convocado con motivo de la situación en Japón, anunció el cierre preventivo de siete de las diecisiete centrales nucleares activas, aquellas construidas antes de 1980. En Suiza, la ministra de Energía, Doris Leuthard anunció que el gobierno ha decidido suspender todos los procesos de autorización de nuevas centrales nucleares hasta que se examine la seguridad de las ya construidas. En el mundo entero flota el fantasma de Chernobyl.
En abril del año pasado sufrimos las explosiones de la plataforma Deepwater Horizon, alquilada por el gigante BP para extraer petróleo a 1500 metros bajo el mar en el Golfo de México -una frontera que en la industria petrolera se denomina «aguas profundas»- y de la plataforma petrolera Vermilion Oil Rig 380, propiedad de Mariner Energy, a unos 160 kilómetros de las costas de Luisiana.
Ambos hechos, que unen a Oriente y Occidente, debieran convertirse en un punto de inflexión para uno de los negocios más importantes del mundo. Tanto la actividad nuclear como la petrolera son muy arriesgadas. El constante crecimiento mundial del consumo de energía y su dependencia de los hidrocarburos, impulsan a las empresas a asumir más riesgos y mayores costos en la exploración y la explotación. Estos «accidentes» no sólo produjeron muertes y daños irreparables en el ambiente y en las economías regionales, sino que son una acabada muestra de los riesgos de ser exclusivamente dependientes del petróleo o la energía nuclear y desnudaron la impotencia de los sectores para resolver con celeridad y eficiencia un accidente o un imprevisto.
A partir de los estos hechos, se estima que los costos de explotación y generación energética se incrementarán notablemente. La regulación se endurecerá, las medidas de seguridad, y los seguros serán más caros, la frecuencia de los controles será mayor y los gobiernos obligarán a las empresas a limitaciones específicas con nuevos requisitos que pueden ir de un fondo de emergencia a nuevos impuestos. Lo cierto es que los costos de operación subirán a menos que los gobiernos disminuyan los impuestos que adicionan a los productos refinados.
Lo sucedido no debe ser en vano. Debemos entonces reflexionar sobre los recursos a emplear en el futuro. Sería sensato virar hacia una economía menos dependiente de los hidrocarburos o la energía nuclear e impulsar una modificación y diversificación en la matriz energética permitirá que el dilema mundial de «energía vs. ambiente» se convierta en «energía + ambiente»
Estados Unidos y Japón, como potencias mundiales que son, deben liderar el desarrollo de las energías renovables. Las virtudes de las nuevas fuentes de energía, tales como la baja contaminación que producen, su seguridad y potencial daño, su renovabilidad y las posibilidades de uso en forma dispersa, las vuelven muy atractivas en el contexto problemático que se presenta.
Existe una gran variedad de energías renovables, que implican una sustentabilidad ambiental mucho mayor con respecto a las no renovables. Estas son la energía eólica, la energía solar, la energía de biomasa, la energía geotérmica y la energía del hidrógeno.
Pero además de su carácter renovable, la clave se encuentra en la eficiencia, ya que la energía, además de ecológicamente racional, debe ser económicamente viable. En relación con esta ecuación entre eficiencia-disponibilidad-costo, los combustibles fósiles continúan por ahora siendo más ventajosos. Pero la tecnología de algunas energías alternativas ha avanzado notablemente en los últimos años, alcanzado un nivel de viabilidad económica interesante que permitirá pronto afrontar su uso masivo.
En nuestro país, la mayor parte de la energía que se utiliza se produce, transmite, distribuye y consume se hace de manera no sustentable. Un 90 por ciento de los combustibles que se consumen son fósiles. Para colmo, la desinversión generalizada del sector obliga a importaciones eléctricas desde Brasil y Uruguay y gasoil desde Venezuela a precios exorbitantes que ya nos costaron miles de millones de dólares. A pesar que las energías renovables permiten independizarse de la volatilidad de precios de los combustibles fósiles, la industria argentina de estas energías está recién comenzando.
La Argentina no debe desperdiciar este momento ideal para redefinir una nueva matriz energética óptima. Es necesario encausarse a una política energética que no se aboque únicamente a la tremenda crisis actual, sino que considere políticas de desarrollo de energías renovables y planes para hacer más eficiente el consumo energético.
Por ser parte de una región privilegiada por su diversidad de suelos y climas, por su caudal de luz solar y vientos en abundancia, la Argentina posee un potencial inigualable a nivel mundial para la generación de energías renovables que se encuentran distribuidas a lo largo del país en forma complementaria, lo que contribuirá a satisfacer buena parte de las necesidades energéticas del país en forma más económica.
El trabajo sobre la demanda es prioritario, incluso, en términos económicos, porque conviene mucho más ahorrar energía que producirla. Reducir el consumo energético y mejorar la eficiencia energética para la obtención de los mismos bienes y servicios debiera ser uno de los ejes de la política del sector. Invertir en eficiencia energética además significará un importante ahorro para los consumidores, hará que nuestra economía sea más fuerte y menos vulnerable y que se genere empleo. Para esto es imprescindible un diálogo fluido y articulado entre el sector privado y el Gobierno, que debe promover la investigación, el desarrollo y el uso de tecnologías ecológicamente racionales.
Claro que para avanzar hacia el desarrollo de fuentes alternativas de energía se requiere de reglas de juegos claras, tarifas sinceradas, inversión y una clara decisión política. Condiciones todas que se darán en la medida que haya un cambio de mentalidad y que no se consideren a los accidentes como hechos sucedidos a miles de kilómetros, sino una oportunidad para el futuro de la Argentina.
Es indispensable incentivar un cambio de comportamiento hacia otro que se corresponda con un estilo de vida y un modelo de desarrollo que maximice el bienestar presente sin comprometer el de las futuras generaciones. Es indispensable un crecimiento económico con equilibrio ambiental a largo plazo; si los ecosistemas colapsarán, colapsará la economía, colapsará el planeta. Todo sucederá según las estrategias que se ejecuten de ahora en más y dependerá de lo responsable que sea nuestro comportamiento con respecto a este mundo que tanto nos da. El apocalipsis nos da una oportunidad, no la desaprovechemos. (F. Caeiro /la nación)