La muerte en Venezuela no discrimina e iguala las condiciones entre pobres y ricos
En una de las habituales columnas de Introspecciones hicimos referencia a la problemática de la salud en Venezuela y, en la presente, es la intención de quien esto escribe profundizar la crítica situación por la que los venezolanos están pasando en ese sentido.
A Venezuela, actualmente, le estarían llegando medicamentos de baja calidad, implicando ello que sus destinatarios finales, -sin importar su condición social y económica-, verán, por ello, disminuir su esperanza de vida. Eso se verá, seguramente, con mayor claridad en pocos años La resultante de ese estado de cosas implica que la gente se vaya muriendo lentamente.
El Ministerio de Salud de Venezuela daba a conocer desde 1938 un informe epidemiológico semanal con el que se pretendía cumplimentar una estrategia de monitoreo de enfermedades a nivel global.
Ello ocurrió hasta octubre de 2014, cuando el ministro Henry Ventura decidió suspenderlo, prometiendo que en su lugar se ofrecería una conferencia de prensa, la que, como era previsible, nunca se concretó. En su reemplazo un grupo de profesionales, dirigidos por el doctor Castro, empezó a monitorear, junto a un grupo de médicos, el estado de salud de los venezolanos por su cuenta.
Castro hizo saber que la actual mortalidad materna es equivalente a la existente en 1965. Es decir que Venezuela retrocedió en el aspecto enunciado 56 años.
El 9 de mayo de 1017 –hace un año-, el Ministerio de Salud volvió, luego de tres años, a publicar el boletín, tomando por sorpresa hasta el propio presidente Nicolás Maduro. Así se conocieron datos ocultos, secretos, guardados en profundidades no exhumadas.
Así, los oriundos del país centroamericano y el orbe pudieron saber que en mortalidad infantil se produjo un incremento del 30 %, mientras que la materna llegó al 65% entre 2015 y 2016: De 256 mujeres fallecidas en 2015 se pasó a 456 en 2016.
La malaria como enfermedad estuvo controlada por más de 50 años y hoy es endémica –en 13 estados del país es sinónimo de epidemia-; la económica, el mundo lo sabe, crece día a día y su perspectiva es atroz.
Este columnista tiene claro que Venezuela tendrá siempre que combatir la malaria, ya que es un país tropical. Pero se estima que en 2018 habrán de producirse un millón de casos.
Los medios de información internacionales no han profundizado en la cuestión y es –quizás-, por esa circunstancia que no han dado a conocer que la difteria –erradicada hace veinte años-, volvió en el 2017 con 324 casos.
No pasaron más de 48 horas de haberse conocido el boletín y la ministra de Salud Antonieta Caporale fue expulsada del gobierno, obviamente sin que se dieran explicaciones.
Los pocos enfermeros que quedan, si se quejan, son despedidos, razón por la cual nadie denuncia la falta de medicamentos, material quirúrgico, guantes, tubos traqueales y suturas, así como antibióticos y analgésicos, los que deben ser conseguidos por los familiares de los enfermos en un mercado casi inexistente.
Se han duplicado, al menos, la presencia de enfermos en las salas de guardia, donde, nos dicen, se atienden, -porque no hay disponibles-, emergencias de niños con elementos destinados a mayores. Esto es así porque los elementos enviados por el Ministerio de Salud no cubren necesidades básicas.
De esta manera se reemplaza, por ejemplo, un medicamento que detiene la diarrea con una infusión de hierbas que se encuentra en los jardines de las casas como el rabo de ratón (Gliricidia Sepium), utilizado habitualmente por los venezolanos como veneno para ratas.
Los siete niños tratados con la hierba finalmente murieron y los que quedaron internados en razón que sus padres decidieron mantenerlos en el hospital también fallecieron porque en el hospital no consiguieron suero.[1]
[1] El informador . Venezuela. La historia -real -, no llegó a ser noticia a nivel nacional.