Advierten de un gran negocio detrás de la demolición de inmuebles patrimoniales
El Colegio de Arquitectos advirtió que en pleno centro hay una decena de antiguas casonas deshabitadas que corre ese riesgo.
Vacías, abandonadas y, en algunos casos, con un claro destino a convertirse en ruinas. Así sobrevive una decena de edificios de valor patrimonial que se levanta en el distrito centro de la ciudad. Son viviendas casi centenarias que alojaron a lo más recoleto de la burguesía local, salas de cine art decó y obras contemporáneas premiadas internacionalmente, sobre las que los arquitectos reclaman políticas de preservación claras que desalienten lo que consideran «el negocio de la demolición».
La autorización para demoler el petit hotel de Corrientes al 700, donde la Bolsa de Comercio proyecta construir un edificio de oficinas de nueve pisos, volvió a poner a las políticas de cuidado de estos edificios en el centro de la polémica.
Desde la comisión de Patrimonio del Colegio de Arquitectos de Rosario advirtieron sobre otra decena de casonas que consideran en riesgo.
«Son ejemplos de buena arquitectura o tramos de construcciones de altura contínua de una calle, pero que muestran un pésimo estado de mantenimiento o parecen libradas a su suerte», señala Pablo Mercado, integrante de la comisión de Preservación del Patrimonio del colegio profesional y uno de los organizadores de la Semana del Patrimonio que se realiza todos los años en Rosario.
Entre los bulevares de la ciudad existen unos 1.700 edificios incorporados al catálogo de edificios y sitios de valor patrimonial que gozan de distintos grados de protección. El documento, junto a la ordenanza que fija las políticas de preservación de estas construcciones, fue aprobado por el Concejo Municipal en 2008 y vino a reemplazar al primer catálogo, de 2001, que contenía unas 2.400 edificaciones.
El llamado boom de la construcción registrado a partir del 2004 puso en jaque las políticas proyectadas para conservar el patrimonio histórico.
Los archivos de La Capital de esa época dan cuenta de eso: durante ese año se demolieron unos 20 edificios de alto valor patrimonial, algunos incluso ubicados sobre el bulevar Oroño.
El 2006 no fue más piadoso: sólo entre agosto y diciembre de ese año, el Concejo Municipal autorizó doce excepciones al catálogo de preservación habilitando 12 demoliciones de inmuebles de valor histórico.
Un negocio
Para Mercado, entonces como ahora, los derribos siguen la misma lógica. «En Rosario se sigue perdiendo patrimonio porque, al fin y al cabo, demoler inmuebles de valor puede ser un buen negocio para un sector y un mal negocio para la ciudad», sostiene.
El profesional explica que una de las formas de tirar abajo inmuebles protegidos es que el municipio, a través de informes de especialistas de la Universidad, los declare en ruinas. Entonces, con el aval del Concejo Municipal, se puede proceder a la demolición.
El Concejo puede otorgar la excepción del catálogo, es decir quitar el grado de protección que tiene la propiedad, o un permiso para construir en mayor altura. Para esto se tiene que considerar al anteproyecto «superador» o establecerse un convenio urbanístico entre los propietarios y el Ejecutivo. Acuerdo que el Concejo puede aprobar, modificar o rechazar.
«Así se habilita un negocio especulativo. Las casonas que forman parte del inventario se compran baratas, justamente, porque no se puede usar el terreno para construir. Pero si después se declara la casa en ruinas y se autoriza la demolición, o se otorga una excepción en la altura como «convenio urbanístico» o bajo un régimen diferencial para el desarrollo de proyectos edilicios especiales, como el de calle San Juan, la ganancia es grande porque el terreno adquiere mucho más valor por las unidades que pueden construirse», señala Mercado.
El arquitecto apunta que una forma de corregir esta situación, como sucede en otras ciudades del mundo, es establecer una tasa por demolición.
«De esa manera se regula el mercado, para que un particular no pueda hacer un negocio sobre los intereses de otro particular; sino sobre los intereses de toda la ciudad», apunta.
Al fin y al cabo, dice, «si bien no se puede luchar de igual a igual contra la demolición encubierta, sí puedo hacer conocer y valorar el rico patrimonio de la ciudad», sostiene. Y advierte que «exceder el código de construcción mediante excepciones deviene en una práctica peligrosamente corriente y habitual».
Desahuciadas
La construcción de la ochava sudeste de San Luis y Laprida es una de esas enormes casonas de dos plantas que lleva varios años abandonada. Pero no es el único edificio donde los vecinos sólo adivinan un futuro sombrío.
En Corrientes entre Urquiza y Tucumán, las edificaciones tapiadas son tres: dos idénticas, de planta alta y con balcones, proyectadas por el arquitecto Juan José Fortini y construidas por Enrique Taina. Y, al lado, la sala donde hasta mediados de los 80 funcionó el cine Imperial.
La conservación de las viviendas de valor patrimonial corresponde a sus propietarios, pero a veces es el propio Estado el que no pregona el ejemplo.
La antigua usina eléctrica de la ciudad, ubicada en la esquina de San Martín y Catamarca, es uno de esos ejemplos.
El edificio pertenece a la Empresa Provincial de la Energía (EPE) y su grado de abandono contradice su indudable valor histórico.
Más contemporánea, la obra del reconocido arquitecto Rafael Iglesia, ubicada en el predio donde funcionaba el International Park, en el parque Independencia, aún tiene un destino incierto.
El año pasado se terminó de desmantelar el centro de entretenimientos infantiles donde en agosto de 2013 fallecieron dos hermanas después de que se desprendió y cayó al vacío una de las góndolas de la rueda panorámica.
«Estas construcciones no son de la provincia o del municipio, son de todos los ciudadanos», apuntó Mercado y señaló que la clave de cualquier política de preservación es que «los ciudadanos se apropien de los símbolos de la ciudad, de las cosas que nos hacen ser rosarinos».
Y en tren de repasar otros edificios históricos «en riesgo» eligió otras dos obras de autor: una está ubicada en la planta alta de la esquina de San Lorenzo y Entre Ríos, la llamada casa Chiessa (construida por Eduardo Le Monnier, que dejó también su impronta en el mítico edificio de La Bola de Nieve); la otra, situada en la planta alta de la ochava de Mitre y Córdoba. Se trata de la mansión que construyó Italo Meliga, y que fuera primero de los Pinasco y luego el club que aún conserva en su interior los murales de Salvador Zaino, el mismo encargado de embellecer el teatro El Círculo.
Ambas viviendas lucen en la actualidad los frentes deteriorados, las aberturas rotas y los helechos crecen entre las rajaduras de las paredes y les dan un aspecto lúgubre y de abandono, lejos del esplendor de antaño.
Algunos ejemplos que se encuentran con sólo caminar con ojos atentos algunas cuadras del centro de la ciudad.
Un cine muy europeo
La construcción que se levanta en Corrientes 425 cumplirá en junio cien años, siempre y cuando logre sobrevivir a la amenaza permanente de la picota.
Desde hace tiempo, el edificio del cine Imperial, con sus formas geométricas de estilo art decó, está vallado.
Los carteles publicitarios no alcanzan para tapar las ventanas con los vidrios rotos y los graffittis estampados en la fachada de lo que fue una de las salas más populares de la ciudad que, en los años 70, ofrecía festivales y ciclos de homenaje de directores europeos.
El cine se inauguró en 1910, en un edificio de Corrientes 126 con el nombre de Café Imperial Cinematográfico. La sala con capacidad para mil personas se inauguró el 9 de junio de 1917.
El interior, tan sobrio como su fachada, contaba con un espacioso hall y dos escaleras laterales que conducían a la planta alta.
El Imperial fue también el primer cine en Rosario que tuvo refrigeración.
Cerro sus puertas en diciembre de 1987.
La primera usina de la ciudad
La construcción no dice mucho, casi completamente tapada por el follaje de los árboles y carteles publicitarios. Pero levantando la vista, en San Martín y Catamarca se puede encontrar lo que fue la primera usina eléctrica de la ciudad.
Las instalaciones comenzaron a construirse inclusive antes de la usina Sorrento, que inició sus servicios en 1911.
Los galpones están apuntalados, llenos de humedad, helechos y completamente enchastrados con graffitis, incluso casi sobre sus remates, donde todavía puede leerse el clásico logo de la vieja empresa Agua y Energía.
Las instalaciones tienen un subsuelo que deriva en dos túneles que pasan por debajo de la avenida Belgrano y llegaban a la zona de muelles cercanos al Centro de Expresiones Contemporáneas (CEC).
Los dos corredores subterráneos se usaban para llevar materiales importados al depósito que tenía la usina.
(La Capital)