Poder, política y medios en la postransición democrática
En los procesos culturales se viene planteando, cada vez con mayor asiduidad la cuestión del poder de los medios en la determinación de conductas de la ciudadanía y si afecta la manera de vivir la influencia persuasiva de los mismos.
Un temor que caracteriza a la civilización occidental ha sido el de que un régimen autoritario logre conducir nuestras vidas a través de la manipulación mediática.
Ese temor dejó paso a que el miedo tenga encarnadura, en que el lugar lo ocupen las empresas privadas de comunicación, conformadas como multimedios, cuyo objetivo está dirigido a conducir nuestra visión del mundo, a veces con la complicidad de algunos políticos y otras en contra de ellos.[1]
Los vaivenes de las teorías comunicológicas pasaron de la “aguja hipodérmica” a los efectos limitados de Lazarsfeld y en Latinoamérica con el viraje que implicó pasar de la teoría de la manipulación ideológica de Mattelart a la de la recepción, cuyo exponente más notable es Jesús Martín Barbero.
Obviamente, no podemos dejar de mencionar a la evolución de la Teoría de los Efectos de Agenda de Mccoms y Shaw, que nos hablaba de las agendas de los medios y la de los receptores.
Según esa teoría, los medios no podían inducir a la gente a pensar de manera determinada sobre temas de interés colectivo, aunque –vale apuntarlo-, otros teóricos sí adherían a la teoría que postulaba que los medios podían determinar sobre qué debía reflexionar la gente. Es decir, en otras palabras, que si fijaban la agenda de discusión de una comunidad. Estos últimos especialistas daban la razón a quienes afirmaban que “lo que no está en la televisión no existe”.
Cuando os medios ponen en el tapete un problema social importante como por ejemplo la inseguridad o los femicidios, resulta difícil distinguir si esto se debe a una iniciativa arbitraria de los jefes de redacción, o bien a que ellos están respondiendo a la demanda de los lectores, a quienes escuchan la radio o a los televidentes.
En otras palabras, la teoría de los “efectos de agenda” ha dejado de ser una teoría determinista. Es ahora un principio heurístico, es decir que no puede indicarnos por adelantado qué es lo que vamos a ver, pero sí nos señala con qué direcciones conviene mirar.
No es casualidad, entonces, que los medios contraten encuestas para anticipar demandas de los receptores para anticipar demandas de los receptores para adaptar mensajes a las necesidades.
Los políticos tienen el hábito de exagerar el poder de las disposiciones legales en la determinación de conductas colectivas y los periodistas hacen otro tanto respecto a las comunicaciones sociales. Ambos suponen que el grueso de la población dedica una porción importante de su tiempo a la política.
Suelen olvidar lo que señalara Max Weber : “La actividad pública permanente, incluyendo al periodismo, está reservada a una minoría”.
[1] Heriberto Muraro.